No sé si venga al caso, pero
debo decirlo: he pasado del papel y el lápiz cuando escribo. Desde aquel poema
en secundaria inspirado en no sé cual vecina de la cuadra, pasando por cuentos
y calaveras de prepa, y algunos poemas y canciones en la carrera.
Ya casi no practico aquel
sano oficio de la escritura. En aquellos tiempos de inicio de secundaria mi tía
Mela me regalo un libro con hojas a raya en blanco, las pastas duras y gruesas
eran de color rojo ladrillo y en la portada llevaba el título de: Vida
Estudiantil (o algo así, “¿por qué cuando
tratamos de escribir algo de la memoria es cuando menos nos acordamos?”) En
realidad era una libreta encuadernada aunque en aquel tiempo yo no lo sabía.
En ese libro escribí mi
primer poema. Creo yo, a los doce años.
Para tal efecto un día de
clases compré un lápiz en la papelería del colegio con el ahorro del domingo
que me habían dado “tenía que escribir con algo especial” pensaba.
“¿Quieres el lápiz para
dibujar?” me preguntó el profesor que atendía la papelería, “No, lo ocupo para
escribir” le contesté; “Ah” dijo el profe “¿para hacer la tarea?”; “No…”
tartamudeé “simplemente para escribir…” terminé diciendo. “¡Ah!” dijo el
profesor mirándome por sobre sus lentes “para escribir, eh…” y mirando para ambos
lados, como cerciorándose que nadie lo viera, me dio la espalda y de un cajón
en el librero posterior sacó un lápiz… “cincuenta centavos” dijo, la verdad se
me hizo un precio alto para un lápiz, pero los pagué rápidamente para salir ya
de la fila y librarme de esa mirada sospechosa del maestro y de la presión de
los compañeros.
El lápiz tenía una
apariencia normal: era amarillo, de forma hexagonal, con un remate metálico
dorado en la parte superior con una franja roja en medio y sobre el remate un borrador
de color rosa (o como es el color de
todos los borradores de los lápices), tenía letras plateadas en una de las
caras donde se leía la marca y en un recuadro plateado con letras amarillas el
tipo de grafito: “MEDIANO”.
Volviendo al libro, yo no sé
dónde lo consiguió mi tía pero con el transcurso del tiempo puede ver que era
algo especial. A veces lo dejaba entre mis libros de la escuela y, cuando lo
ocupaba, estaba al alcance de mi mano en el buró de mi recamara; en otras
ocasiones lo escondía debajo del colchón y al momento de necesitarlo para
escribir, lo descubría sobre mis útiles escolares en la mesa del comedor. Ese
libro estaba a mi lado siempre que lo necesitaba.
Pero lo más asombroso era la
capacidad que tenía el libro para que escribiese yo en él.
Por las tardes, mientras
hacía la tarea, de repente se me venía alguna idea a la cabeza y al levantar la
vista de la libreta me encontraba con el libro. Entonces, lo tomaba y lo abría
en la página correspondiente, sacaba el lápiz para escribir de mi mochila y lo
empezaba a deslizar sobre la superficie del papel rayado…
Era increíble, el
lápiz empezaba a moverse no sé si empujado por mi mano o mi mano estirada por
el lápiz, pero la punta al rozar con el papel desprendía de éste una especie de
película protectora debajo de la cual aparecía una letra en color negro, seguía
moviéndose el lápiz y aparecía la segunda letra y así sucesivamente hasta
aparecer palabras completas y después oraciones enteras hasta terminar el
poema.
Había ocasiones, muy pocas
por cierto, en que la palabra no era la adecuada, entonces volteaba el lápiz y
deslizaba el borrador sobre la palabra y, como por arte de magia, se tendía
sobre la hoja una cubierta blanca que ocultaba la palabra anterior y dejaba la superficie
blanca con las líneas azules del renglón incólumes. Giraba de nuevo el lápiz
volviéndolo a deslizar y aparecía entonces la palabra perfecta.
Así fui llenando de poemas,
versos y cantos las páginas de aquel libro.
Pero yo no sabía aún lo que
me deparaba el futuro.
En secundaria la materia
optativa que llevamos fue Mecanografía, y no fue optativa. Ninguno sin excepción
de los ochenta y tantos alumnos de mi generación entendíamos porque nos daban
una materia para secretarias, cuando en las escuelas públicas daban carpintería,
electricidad, soldadura…
El director de la secundaria
trató de convencernos con un argumento que en esos momentos no supimos ver cuán
cierto era: “En prepa y profesional les van a encargar muchos trabajos y en la
universidad éstos se entregan a máquina.”
Por lo tanto en secundaria
llevé mecanografía, al igual que el resto de mis condiscípulos. Como en todas
las materias me apliqué en esa también…
AAA ÑÑÑ AAA ÑÑÑ AAA ÑÑÑ AA
ÑÑ AA ÑÑ A Ñ AA ÑÑ AAA ÑÑÑ AAA ÑÑÑ
AAA ÑÑÑ AAA ÑÑÑ AAA ÑÑÑ AA
ÑÑ AA ÑÑ A Ñ AA ÑÑ AAA ÑÑÑ AAA ÑÑÑ
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KK DD KK D K DD KK DDD KKK DDD KKK
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KK DD KK D K DD KK DDD KKK DDD KKK
La sala de mecanografía estaba en el salón de en medio de la planta baja del edificio central de los tres que conformaban en aquel entonces la escuela. El aula contaba con algunas máquinas de escribir de esas antiguas marca Remington, armatostes negros y pesados, con teclas redondas con fondo negro y letra contorno dorado. Las primeras clases las tomé con algunas de esas máquinas.
Posteriormente, mi madre compró una máquina de
escribir portátil; si mal no recuerdo era de color beige, con teclas blancas y
letras negras, con una tapa color blanco ostión, pequeña y ligera comparada con
las de la escuela. Me adapté fácil y rápidamente
a la nueva máquina, el único inconveniente era que había que cargarla ida y
vuelta al colegio, ya que era usada por toda la familia o al menos por los tres
mayores, que estábamos seguidos en los cursos, pues teníamos un año de
diferencia en la edad.
No sé de dónde sacó mamá esa máquina. Yo no me di cuenta en su momento pero la susodicha máquina
era especial: además de su diseño ergonómico, las teclas despedían ciertas
chispas y, a veces, toques eléctricos cuando hacías tierra con tus zapatos en el
piso, no ocurría muy seguido ya que tanto las mesas de la escuela como la de la
casa eran de madera, lo cual ayudaba a disipar las pequeñas descargas eléctricas
que emanaba.
Esa pequeña corriente era diferente en cada tecla, de
manera que cada letra: la Q, la W, la E, la R y la T, despedía una descarga con un
ciclo distinto, la corriente entraba por la yema del dedo correspondiente: el
meñique, el anular, el medio ó el índice para las letras y el pulgar derecho
para la barra espaciadora; la descarga seguía su curso por los nervios
espinales hasta llegar al sistema nervioso central en donde se asociaban
letra-dedo-tecla; así con el sistema de repetición, el cerebro mecanizaba dicha
relación la cual empezaba desde la tecla hacia la mente de manera tal que uno
la pueda usar en el sentido contrario de la mente hacia la tecla y, finalmente,
al papel.
Después de la secundaria siguió la prepa con sus
trabajos a máquina, luego los estudios profesionales en los que predominaron más
los planos que las tesis mecanografiadas. La computadora la conocí hasta el
cuarto semestre de la carrera en una clase de ingenieros civiles, donde en el
lenguaje de fortran nos enseñaban los elementos básicos de la computación con lo
que desarrollé un programa para cálculo de vigas (que nunca utilicé). Después de eso no me volví a topar con este
aparato hasta aproximadamente tres años después de haberme graduado. Durante
todo ese tiempo seguí escribiendo poemas, cuentos y canciones con lápiz y
en papel.
Por dedicarme al área de la administración, la compu
se volvió un instrumento importantísimo y vital. Así que en la misma medida en
que esta herramienta se iba apoderando de los diferentes aspectos de la
arquitectura, la administración y la construcción, la compu iba sustituyendo cada
vez más el papel y el lápiz en mis inquietudes literarias.
Ahora escribo más rápido las ideas.
Ayer que escribía en la compu me di cuenta de eso y me acordé del libro de mi tía, de las clases de mecanografía y de la máquina de escribir. Cualquiera diría que todo fue una especie de preparación para el futuro... Mmm... (pensando...) ¡Bah, no lo creo...!!!
Ayer que escribía en la compu me di cuenta de eso y me acordé del libro de mi tía, de las clases de mecanografía y de la máquina de escribir. Cualquiera diría que todo fue una especie de preparación para el futuro... Mmm... (pensando...) ¡Bah, no lo creo...!!!
Así que, actualmente, no sé si venga al
caso, pero debo decirlo: he pasado del papel y el lápiz cuando escribo. Desde
aquel poema en secundaria inspirado en no sé cual vecina de la cuadra, pasando
por cuentos y calaveras de prepa, y algunos poemas y canciones en la carrera.