lunes, 10 de septiembre de 2012

CUANDO ESCRIBO

por ralero
 
No sé si venga al caso, pero debo decirlo: he pasado del papel y el lápiz cuando escribo. Desde aquel poema en secundaria inspirado en no sé cual vecina de la cuadra, pasando por cuentos y calaveras de prepa, y algunos poemas y canciones en la carrera.
 
 
Ya casi no practico aquel sano oficio de la escritura. En aquellos tiempos de inicio de secundaria mi tía Mela me regalo un libro con hojas a raya en blanco, las pastas duras y gruesas eran de color rojo ladrillo y en la portada llevaba el título de: Vida Estudiantil (o algo así, “¿por qué cuando tratamos de escribir algo de la memoria es cuando menos nos acordamos?”) En realidad era una libreta encuadernada aunque en aquel tiempo yo no lo sabía.
 
 
En ese libro escribí mi primer poema. Creo yo, a los doce años.
 
 
Para tal efecto un día de clases compré un lápiz en la papelería del colegio con el ahorro del domingo que me habían dado “tenía que escribir con algo especial” pensaba.
 
 
“¿Quieres el lápiz para dibujar?” me preguntó el profesor que atendía la papelería, “No, lo ocupo para escribir” le contesté; “Ah” dijo el profe “¿para hacer la tarea?”; “No…” tartamudeé “simplemente para escribir…” terminé diciendo. “¡Ah!” dijo el profesor mirándome por sobre sus lentes “para escribir, eh…” y mirando para ambos lados, como cerciorándose que nadie lo viera, me dio la espalda y de un cajón en el librero posterior sacó un lápiz… “cincuenta centavos” dijo, la verdad se me hizo un precio alto para un lápiz, pero los pagué rápidamente para salir ya de la fila y librarme de esa mirada sospechosa del maestro y de la presión de los compañeros.
 
 
El lápiz tenía una apariencia normal: era amarillo, de forma hexagonal, con un remate metálico dorado en la parte superior con una franja roja en medio y sobre el remate un borrador de color rosa (o como es el color de todos los borradores de los lápices), tenía letras plateadas en una de las caras donde se leía la marca y en un recuadro plateado con letras amarillas el tipo de grafito: “MEDIANO”.
 
 
Volviendo al libro, yo no sé dónde lo consiguió mi tía pero con el transcurso del tiempo puede ver que era algo especial. A veces lo dejaba entre mis libros de la escuela y, cuando lo ocupaba, estaba al alcance de mi mano en el buró de mi recamara; en otras ocasiones lo escondía debajo del colchón y al momento de necesitarlo para escribir, lo descubría sobre mis útiles escolares en la mesa del comedor. Ese libro estaba a mi lado siempre que lo necesitaba.
 
 
Pero lo más asombroso era la capacidad que tenía el libro para que escribiese yo en él.
 
 
Por las tardes, mientras hacía la tarea, de repente se me venía alguna idea a la cabeza y al levantar la vista de la libreta me encontraba con el libro. Entonces, lo tomaba y lo abría en la página correspondiente, sacaba el lápiz para escribir de mi mochila y lo empezaba a deslizar sobre la superficie del papel rayado…

 
Era increíble, el lápiz empezaba a moverse no sé si empujado por mi mano o mi mano estirada por el lápiz, pero la punta al rozar con el papel desprendía de éste una especie de película protectora debajo de la cual aparecía una letra en color negro, seguía moviéndose el lápiz y aparecía la segunda letra y así sucesivamente hasta aparecer palabras completas y después oraciones enteras hasta terminar el poema.
 
 
Había ocasiones, muy pocas por cierto, en que la palabra no era la adecuada, entonces volteaba el lápiz y deslizaba el borrador sobre la palabra y, como por arte de magia, se tendía sobre la hoja una cubierta blanca que ocultaba la palabra anterior y dejaba la superficie blanca con las líneas azules del renglón incólumes. Giraba de nuevo el lápiz volviéndolo a deslizar y aparecía entonces la palabra perfecta.
 
 
Así fui llenando de poemas, versos y cantos las páginas de aquel libro.
 
 
Pero yo no sabía aún lo que me deparaba el futuro.
 
 
En secundaria la materia optativa que llevamos fue Mecanografía, y no fue optativa. Ninguno sin excepción de los ochenta y tantos alumnos de mi generación entendíamos porque nos daban una materia para secretarias, cuando en las escuelas públicas daban carpintería, electricidad, soldadura…
 
 
El director de la secundaria trató de convencernos con un argumento que en esos momentos no supimos ver cuán cierto era: “En prepa y profesional les van a encargar muchos trabajos y en la universidad éstos se entregan a máquina.”
 
 
Por lo tanto en secundaria llevé mecanografía, al igual que el resto de mis condiscípulos. Como en todas las materias me apliqué en esa también…
 
 
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La sala de mecanografía estaba en el salón de en medio de la planta baja del edificio central de los tres que conformaban en aquel entonces la escuela. El aula contaba con algunas máquinas de escribir de esas antiguas marca Remington, armatostes negros y pesados, con teclas redondas con fondo negro y letra contorno dorado. Las primeras clases las tomé con algunas de esas máquinas.
 
 
Posteriormente, mi madre compró una máquina de escribir portátil; si mal no recuerdo era de color beige, con teclas blancas y letras negras, con una tapa color blanco ostión, pequeña y ligera comparada con las de la escuela. Me adapté fácil y rápidamente a la nueva máquina, el único inconveniente era que había que cargarla ida y vuelta al colegio, ya que era usada por toda la familia o al menos por los tres mayores, que estábamos seguidos en los cursos, pues teníamos un año de diferencia en la edad.
 
 
No sé de dónde sacó mamá esa máquina. Yo no me di cuenta en su momento pero la susodicha máquina era especial: además de su diseño ergonómico, las teclas despedían ciertas chispas y, a veces, toques eléctricos cuando hacías tierra con tus zapatos en el piso, no ocurría muy seguido ya que tanto las mesas de la escuela como la de la casa eran de madera, lo cual ayudaba a disipar las pequeñas descargas eléctricas que emanaba.
 
 
Esa pequeña corriente era diferente en cada tecla, de manera que cada letra: la Q, la W, la E, la R y la T, despedía una descarga con un ciclo distinto, la corriente entraba por la yema del dedo correspondiente: el meñique, el anular, el medio ó el índice para las letras y el pulgar derecho para la barra espaciadora; la descarga seguía su curso por los nervios espinales hasta llegar al sistema nervioso central en donde se asociaban letra-dedo-tecla; así con el sistema de repetición, el cerebro mecanizaba dicha relación la cual empezaba desde la tecla hacia la mente de manera tal que uno la pueda usar en el sentido contrario de la mente hacia la tecla y, finalmente, al papel.
 
 
Después de la secundaria siguió la prepa con sus trabajos a máquina, luego los estudios profesionales en los que predominaron más los planos que las tesis mecanografiadas. La computadora la conocí hasta el cuarto semestre de la carrera en una clase de ingenieros civiles, donde en el lenguaje de fortran nos enseñaban los elementos básicos de la computación con lo que desarrollé un programa para cálculo de vigas (que nunca utilicé). Después de eso no me volví a topar con este aparato hasta aproximadamente tres años después de haberme graduado. Durante todo ese tiempo seguí escribiendo poemas, cuentos y canciones con lápiz y en papel.
 
 
Por dedicarme al área de la administración, la compu se volvió un instrumento importantísimo y vital. Así que en la misma medida en que esta herramienta se iba apoderando de los diferentes aspectos de la arquitectura, la administración y la construcción, la compu iba sustituyendo cada vez más el papel y el lápiz en mis inquietudes literarias.

 
Ahora escribo más rápido las ideas.


Ayer que escribía en la compu me di cuenta de eso y me acordé del libro de mi tía, de las clases de mecanografía y de la máquina de escribir. Cualquiera diría que todo fue una especie de preparación para el futuro... Mmm... (pensando...) ¡Bah, no lo creo...!!!
 
 
Así que, actualmente, no sé si venga al caso, pero debo decirlo: he pasado del papel y el lápiz cuando escribo. Desde aquel poema en secundaria inspirado en no sé cual vecina de la cuadra, pasando por cuentos y calaveras de prepa, y algunos poemas y canciones en la carrera.