Yósef se quedó pensativo pero al día siguiente puso manos a
la obra e inició lo necesario para desposar a Mariam. Sin embargo tras el desposorio y algunos meses después de
haberse instalado en casa, salió a la luz un edicto de Caesar Augustus en el
cual ordenaba a todas las personas bajo el dominio del imperio romano ir a
empadronarse a su ciudad de origen. Yósef
debía de partir con su esposa, ya encinta, y regresar a Bet léḥem lugar donde nació.
Para llevar a efecto el viaje Yósef
reparó algunas mesas y bancas del comedor de un patricio romano de Natzeret,
quien en pago le dio un burro y la oportunidad de surtir comida de sus
tierras para aprovisionar el viaje. Sería un largo recorrido, habría que caminar
los más de 150 km que había entre ambos pueblos.
Los recién esposos iniciaron su viaje por
las tierras de Israel, ahora bajo el gobierno de Roma. En el viaje vieron a
muchos otros peregrinos que iban a sus ciudades de origen para cumplir con el
edicto. Fue un poco como recordar aquel éxodo que sus ancestros hicieron al
liberarse de la esclavitud de Egipto. Aunque ahora, era otro el yugo que se
cernía sobre su cuello, el pueblo de Israel no dejaba de clamar por el mesías anunciado
por los profetas y que los liberaría de la esclavitud.
Tras cinco días de camino, pasaban ya por la
ciudad de Yerushalayim, la
gran capital y tras recorrer 9 km al sur de ésta empezaron a ver las montañas
de Judea y los pequeños valles que se extendían entre ellas, planicies que
servían, sobre todo, para el pastoreo.
Yósef, recordó entonces su infancia en aquella ciudad.
Recordó a Jacob, su padre, y a su
madre Abdit; le vino también a la
memoria su abuelo Matán, gran ejemplo
en su niñez del temor a Dios, de quien aprendió que el silencio, la justicia y,
sobre todo, la misericordia eran agradables a los ojos de YHWH
De su abuelo, Yósef también aprendió a detallar la
madera para ornamentar los diferentes muebles y utensilios ya que desde pequeño
había aprendido que no era del agrado de YHWH la reproducción de imágenes, pues
el ser humano, por su naturaleza, tendía a sobre valorarlas e incluso adorarlas
en lugar de su Dios.
Recordó entonces cuando
acompañado de su abuelo, recorrieron el pueblo rumbo a las afueras para vender
la primera pieza que fabricó: un pequeño pesebre de madera que uno de los
vecinos le encargó para que las crías de las ovejas al llegar su destete,
tuvieran un lugar donde comer.
Aquel día encontraron al
pastor sentado a la puerta de su casa, sentado con la cabeza entre sus brazos y
lamentándose. Unos bandidos habían saqueado su casa y sus establos llevándose
el poco dinero que tenía y algunas de las más grandes ovejas y corderos.
Yósef se entristeció un poco pues en esas circunstancias
difícilmente realizaría la venta, pero más le preocupó la situación en que
había quedado el pastor, sobre todo, porque la familia que tenía que mantener.
El aprendiz de carpintero
miró a su abuelo como buscando consejo y éste le dijo: “Haz lo que te dicte el
corazón, hijo…”
El pequeño Yósef, se acuclilló junto al pastor y
dándole unas palmaditas en el hombro le dijo que no se preocupara. Le iba a
dejar el pesebre para que las pequeñas crías pudieran comer, si había
oportunidad, posteriormente le podría recompensar con algo, pero por lo pronto
él le hacía este regalo. El viejo Matán sonrió
con satisfacción por la sabia decisión que había tomado su nieto. “Que YHWH te
recompense al ciento por uno…” le dijo el pastor dándole un abrazo al joven carpintero.
La ciudad de David, aunque
pequeña, estaba llena de algarabía y visitantes, las posadas estaban ocupadas
en su máxima capacidad y muchos de los peregrinos se estaban estableciendo
incluso en plazas y caminos.
Yósef y Mariam
llegaron a la incipiente ciudad y se avocaron a buscar hospedaje, pero ni con
los familiares de él ni en las diferentes posadas pudieron encontrar albergue donde
pudiera llevarse a cabo el nacimiento de su hijo.
Sin embargo, unos segundos
después de que el dueño de la última posada cerrara la puerta, ésta se abrió y
sigilosamente salió un pequeño niño. Abiel, que así se llamaba, les ofreció un pequeño
portal que estaba hacia las afueras del caserío, que servía de resguardo a un
viejo buey y como almacenamiento de pacas de lana que trasquilaban de las
ovejas, cuyo único mobiliario era un pequeño pesebre de madera donde le echaban
la comida al vacuno.
La pareja agradeció al niño
por su ofrecimiento y se dirigió al portal.
Llegaron al lugar y el
carpintero lo acondicionó preparando unas colchas donde él y su esposa pudieran
acostarse a descansar, después ató al
burro cerca de un pesebre que allí había el cual limpió y acomodó para usarlo
de cuna para el bebé que, por lo que decía su esposa, pronto nacería.
Cuando estaba limpiando el
pesebre, al retirar la paja alcanzó a ver en una de las patas, una inscripción
conocida: “YbJ”. “Yósef ben Jacob”, era la firma que él imprimía a sus
trabajos, se hizo un poco hacia atrás y observó detenidamente el pesebre,
entonces lo reconoció: ese pesebre fue el primer mueble que fabricó siendo
aprendiz de carpintero, el que había regalado a aquel pastor que en aquellos
días había sido víctima de unos bandidos…
Entonces pensó: “sí que YHWH
me ha recompensado al ciento por uno…” y, mientras rodaba sobre su
mejilla una pequeña lágrima, continuó con los preparativos para el nacimiento del niño…
FIN
Esperando que esta Navidad seamos cada uno un pesebre digno
deseamos que el Niño Dios nazca en el corazón de cada quien
derramando bendiciones sobres sus familias
y hacemos votos para que el próximo año esté lleno de éxitos
con cariño
Gaby, Fer, Sebastián y Rafael
The Valero Torres Family Team
Esperando que esta Navidad seamos cada uno un pesebre digno
deseamos que el Niño Dios nazca en el corazón de cada quien
derramando bendiciones sobres sus familias
y hacemos votos para que el próximo año esté lleno de éxitos
con cariño
Gaby, Fer, Sebastián y Rafael
The Valero Torres Family Team