domingo, 23 de marzo de 2014

EL ENPAJ

por ralero


La noche anterior a ese domingo no la recuerdo. No tanto por lo alocada que pudo haber sido como por los acontecimientos derivados a partir de ese día.

Yo me había desvelado más de la cuenta la noche del sábado y quizá hice lo mismo con el zumo de cebada, así que cuando mi hermano Alfredo me apuró a levantarme toda vez que el ya estaba vestido y alborotado hice caso omiso a su petición y continúe acostado. Él salió de la habitación tras un "te espero abajo" que me pareció escuchar a la lejanía.

No estoy seguro de si seguí dormido o si intente seguir haciéndolo, pero unos minutos después mi hermano entro a la habitación y tras verme aún acostado me volvió a apurar: "me voy a hacer fila, te espero en el Excélsior...".

Como si mi cuerpo fuera víctima de un inesperado incremento en la fuerza de gravedad, me levanté de la cama con la mayor lentitud de la que era capaz y, a pesar de que ya era tarde y con el riesgo de no alcanzar lugar en la fila, me metí a bañar tranquilamente, bajo el pretexto de que de ninguna manera saldría yo de la casa sin tomar aquella ducha.

Todavía, después de bañarme y vestirme, me senté en la mesa de la cocina a tomar un almuerzo; mi madre, quien creo lo preparó, me urgió a que desayunara rápido para qué alcanzara a Alfredo. No estoy seguro si pensé o dije: "si quieren que vaya, que me esperen...".

Caminé con desenfado por la calle de Viena, pasé la casa de la Sra. Norma y llegue a la esquina de los Valero Chávez desde donde pude ver a Alfredo, quien hacía fila detrás de Mando, y camine hacia ellos.

"Fórmate y no te salgas" me dijo "voy a ir a ayudar" y ahí quede en la fila, junto a Mando quien volteo conmigo y haciendo el gesto correspondiente me dijo "a mí también me trajeron... "

De ese día y las inscripciones no recuerdo más, pero a partir de ese domingo las cosas empezaron a cambiar en mi vida.

Llego el día esperado por muchos, aunque yo formaba parte de la excepción, la mayoría de la gente de los grupos 3 y 4 de la CJ junto a hermanos, primos o amigos que despedían formaban una muchedumbre fuera de lo común para un viernes por la tarde en el atrio de San Juan Bosco y toda la alegría y algarabía de una legión de muchachos subió con ellos a un autobús escolar el cual enfiló hacia la Ave. Garza Sada para tomar la carretera nacional rumbo al Barrial. Así empezaba el Encuentro Pascual Juvenil '84.

Desde que tomamos Garza Sada el ambiente del camión parecía más el de un día de campo que la antesala a un retiro. Pasando la Estanzuela el chofer, que era un muchacho de uno de los grupos se cambió al carril central para rebasar, pero no alcanzó a ver un auto que venía a su lado, por lo que lo golpeó y abolló (“¡vaya organización la de estos grupos” pensé yo criticando y buscándole detalles malos a todo esto del retiro); ambos vehículos nos detuvimos en la carretera, el joven del auto chocado estaba muy enojado y le reclamaba al muchacho que conducía.

El padre, que venía detrás del camión en una camioneta escolar, se detuvo y se integró a la discusión. Con mucha habilidad calmó al muchacho y le convenció de que siguiéramos cada quien su camino. El principal problema era que el joven del auto chocado había tomado el mueble sin permiso y, al parecer, no tenía licencia por lo que tendría muchos problemas con su papá; pero para fortuna de todos el joven era de la Linda Vista y el padre conocía al papá, así que el sacerdote convenció al joven de que hablaría con su padre para que todo se arreglara.

Por obvias razones, llegamos tarde al Barrial. Creo que bajamos del camión nos entregaron nuestras cosas y nos fuimos a acomodar al área que serviría como dormitorio de hombres: un salón grande sin muros divisorios y en cuyo piso dormiríamos cada quien en sus cobijas o sleeping bag, creo que algunos alcanzaron catre. Dejamos las cosas y salimos a la cancha de básquet (o voli, según fuera el caso) en la cual nos sentaron alrededor de la misma.

Ya estaba oscureciendo. Entonces habló el sacerdote encargado del retiro, el padre Agustín. Nos dio la bienvenida al retiro y nos explicó que la primera actividad que tendríamos sería de entregar nuestro tiempo a la vivencia del encuentro por lo que nos invitaba a despojarnos de nuestros relojes y depositarlos en unos cestos que el equipo de servicio pasaría entre nosotros pero, antes de eso, era importante que tomáramos una decisión: si alguno de los presentes no deseaba vivir el encuentro o se hallaba ahí a la fuerza podía en ese momento retirarse, el muchacho que hacía de chofer y algunos otros se regresaban a Monterrey por lo que podrían llevar a quienes no quisieran vivir el retiro y optaran por regresarse, no habría ningún problema y creo que hasta se le regresaría el dinero.

“Ya está” pensé “nada más se levante alguien y me levanto también para regresarme…” Hubo un lapso de silencio. El padre volvió a hablar preguntando si había alguien que quisiera retirarse, pero nadie contestó ni se puso de pie. Yo me quedé de a cuatro. Dudaba en pararme, pues no quería ser el único, no quería hacer el ridículo, según yo. “Bueno” dijo el padre “si nadie se regresa empecemos todos con el Encuentro, pase el equipo de servicio con los cestos para recoger los relojes”. Fue así como yo me quedé y empecé mi Encuentro Pascual Juvenil… mi reencuentro con Jesús…

El retiro continuó y yo estaba a la expectativa, tomaba parte de las actividades pero no participaba efusivamente, más bien trataba de permanecer en el anonimato. Tal vez el no intervenir activamente me ayudó a estar en continua comunicación conmigo, pensando y cuidándome de no “caer en la trampa de los grupos juveniles”, fue preparando mi mente y mi espíritu. Desde muy chico había tendido siempre a la reflexión, a la introspección y más que todo a la introversión.

Transcurrió el resto del viernes con diversas actividades, la cena y algunas actividades más. El sábado iniciamos temprano, algunos se bañaron otros lo dejaron para otro día, después del desayuno continuamos con las actividades.

A medio día, después de un plática nos separamos todos y cada quien buscó un lugar dónde estar para reflexionar acerca de la plática. Yo me senté en la banqueta perimetral que daba a los dormitorios, de cara a una ventana para evitar distraerme con el rancho o con alguno de los otros que vivían el retiro.

Entonces sucedió.

Fue como mirarme a mí mismo a los ojos, supongo que cada mañana me veía al espejo al peinarme, pero esta vez era como mirarme directamente a los ojos y, entonces, lentamente mi cuerpo y mi espíritu se fue llenando de algo que, en estos momentos que escribo alcanzo a volver a sentir, pero no puedo todavía a describir: solo sé que el sentimiento se apoderó de mi y empecé a llorar sin poder detenerme (como aquella tarde aún ahorita no puedo evitar que se me escapen algunas lágrimas, ustedes disculpen si se llegan a correr las letras en la pantalla), dejé de pensar y solo seguí llorando, sentía en mí todos aquellos sentimientos (no sé si llamarlos malos o negativos) y recuerdos que había tenido en mi vida, el dolor, el miedo, la frustración, el desamparo, el odio, la muerte … no me podía controlar… no me podían detener…

La siguiente actividad fue comunitaria y estuvo acompañada de un acto de contrición. Yo aún estaba con el sentimiento de la actividad anterior. En un momento determinado caminé hacia la Cruz y me hinqué ante ella y no pude evitar volver a llorar con la misma fuerza o más que la vez anterior.

Cuando terminó la actividad ya me había calmado. Creo que luego comimos y hubo un momento de juegos en el que quien quisiera podría confesarse. Yo aproveché y fui con el padre Agustín, además de confesarme y confesarle que él me había caido mal desde la primera vez que lo vi (ver El Pater), le pregunté qué había pasado en las actividades anteriores. Si había sido algún tipo de psicosis o crisis o algo así. “¿qué crees tú que pasó?” me dijo él. Yo pensaba que no había sido nada de eso. “Ha sido Jesús” creo que me dijo él “quien te ha liberado y sacado de tu corazón todo lo que te oprimía” y mirándome por sobre la montura de sus lentes “ahora tienes que llenarlo con amor”.

Sobra decir que el resto del encuentro lo viví al máximo y tan entregado a él que no me di cuenta de ello hasta después de la misa final, cuando me sorprendí a mi mismo bailando al compas de “Un millón de amigos”, de Roberto Carlos, al voltear y ver el rostro de Mando, quien tocaba la rola en la guitarra, y me veía fijamente con una sonrisa…

Hoy no dejo de agradecer a Dios por esa experiencia, por la insistencia de Alfredo, mi hermano, por el P. Agustín, por la Gran Comunidad Juvenil.

Hoy hace treinta años que viví ese Encuentro y aunque volví a alejarme de Jesús varias veces y otras tantas me he esforzado en regresar, sigo intentando convertirme, sigo tratando de seguirlo, de llenar mi corazón con su amor para poder decir: “Cristo en mi siempre…”






miércoles, 5 de marzo de 2014

LA AUSENCIA DEL YO

por ralero


El hombre es un ser disperso y su tendencia es ser más disperso. Quizá es por eso que la Iglesia busca brindar los espacios mínimos para crear ambientes propicios para reflexionar e interiorizar, necesarios hoy más que nunca por la invasión de los medios de comunicación y las redes sociales. 

De ahí la importancia de los ritos. Personalmente estoy en contra del método cíclico (celebrar determinada fecha o fiesta cada año) que impera en la enseñanza y en la espiritualidad, pero la mala memoria del hombre, sobre todo la mía, y su débil voluntad, y sobre todo la mía, hace que sea necesario el uso de este recurso para ayudarnos a vivir. 

Si fuéramos plenamente conscientes y tuviéramos la suficiente fuerza de voluntad todos viviríamos haciendo el bien y no ocuparíamos cada año vivir los ritos que nos ayudan a tomar conciencia de nuestra humanidad, de nuestros defectos y virtudes, de nuestro trato con los semejantes. 

Por eso creo que son buenas las prácticas cuaresmales porque nos ayudan a ubicarnos en nuestra realidad y así sanar o restablecer nuestra relación con Dios y con el prójimo.

El ayuno es una de esas buenas prácticas. 

Me gusta pensar en el ayuno en base a esta "definición": 
"ayu" = yo
"no" = no (negación)

Es decir, el ayuno es la negación del yo; el ayuno, más que la ausencia de comida es la ausencia del yo. De esta manera poco sirve que deje de comer carne, ingerir dulces o beber vino si esas acciones no me conducen a la reflexión, a la interiorización, a la ausencia del yo. 

La ausencia del yo en estas circunstancias da por resultado el encuentro con uno y con Dios, y todo encuentro con Dios provoca, tarde que temprano, el encuentro con el hermano, alcanzando su máxima expresión en el encuentro con el hermano más necesitado. 

Esta serie de encuentros hace brotar la acción de ayudar que, si me permiten "definir" la palabra, no es otra cosa que: 
"ayu" = yo
"dar" = entregar, regalar, obsequiar

Ayudar no viene a ser otra cosa más que darme a mí mismo, de forma que cualquier ayuda en tiempo, dinero o especie, si no tiene el trasfondo de darme a mí mismo como consecuencia de un encuentro con el Señor, tiende a caer en un acto de egoísmo o vanagloria. 

En resumen: Un ayuno bien practicado, pienso yo, nos debe llevar a la buena práctica de ayudar que es, finalmente, la ausencia del yo...