martes, 22 de julio de 2014

EL PODER DEL OLFATO

por ralero


Dieron las 18:00 en mi teléfono dizque inteligente (bueno, al menos más inteligente que su dueño) y sonó la alarma de las 6 de la tarde que me avisaba que faltaban 30 minutos para las 18:30. Me levanté de mi asiento para dar el último recorrido del día en la obra y tomar fotos del avance alcanzado en la jornada. 

Tras recorrer la bodega y hacer el correspondiente levantamiento fotográfico, entré al cuerpo de bodegas existentes para, a través de él, acceder a las bodegas 2 y 3. 

Y fue cuando sucedió. 

Al dar los primeros en el interior de las bodegas existentes percibí el aroma de las cajas de cartón en las que estaban empacadas latas de pintura, sentí también el olor a pintura mezclado con el de solvente y, sin poder evitarlo, mi mente se trasladó a la bodega de Narvarte, del negocio familiar, en la que durante las vacaciones largas de sexto de primaria y de secundaria trabajé junto a mi hermano y mis primos, para ganar un poco de dinero. 

De inmediato, me transporté a aquella bodega y me vi sentado en una cubeta invertida frente a un tambor de 200 litros acostado sobre una base y del cual extraía mancha a la gasolina para llenar botellas de un litro de capacidad. 

Recordé cómo después tomábamos las botellas ya llenas, las tapábamos y luego de limpiarlas le pegábamos la etiqueta correspondiente: nogal, avellana, roble oscuro, etc. Lo más difícil era envasar creolina, ya que por tener mayor viscosidad te engañaba al irse llenando y generalmente tirábamos algo del líquido; lo que menos queríamos era llenar botellas de removedor por su fuerte olor y porque te ardía si te llegaba a salpicar en la piel. 

Después, acomodábamos 12 botellas en una caja de cartón con un logotipo amarillo con rojo de Topo Chico, se llenaban los espacios entre botellas con aserrín y luego, montándonos sobre la caja, con las rodillas juntábamos las paredes laterales para que las tapas se unieran en la parte de arriba y así poder graparlas. Posteriormente se pegaba una etiqueta a la caja, para identificar su contenido. 

Todo esto, generalmente, al compás de "Noches de Cabaret" o "La Boa" interpretadas por la ya famosísima Sonora Santanera, y que rítmicamente salían por las bocinas de un radio de transistores propiedad de Esteban, encargado de la bodega. En otras ocasiones lo hacíamos en silencio para poder escuchar con atención el capítulo que ese día la radiodifusora emitía de "Porfirio Cadena, el ojo de vidrio" o de "Kalimán, el hombre increíble" (serenidad y paciencia mi querido Solín).

Estaba  ya por salir de las bodegas existentes y mientras volvía a la realidad, mis pensamientos volaron a la película "Ratatouille" (no se si así se escribe) y al crítico de cocina en la escena en que prueba el postre cuando, de pronto, otro recuerdo asaltó mi mente...

Esos mismos olores a caja de cartón, pintura y solvente me llevaron de nuevo, pero ahora muchos más años atrás, cuando estaba en primero o segundo de primaria y acompañaba a mi padre a la fábrica en Jiménez 1007 pte, en Guadalupe, N.L., y mientras él atendía asuntos en el patio o en la oficina recuerdo que jugaba entre y sobre las cajas de cartón que contenían los productos que elaboraban y almacenaban bajo una cubierta de lámina con armaduras de madera que estaba frente a la calle interior de la fábrica que daba hacia Jiménez... Me veo entre las cajas y alcanzo a ver por sobre de ellas, en una repisa en la pared sobre el dintel de la puerta de acceso a la oficina, una pequeña estatua de la Virgen de Guadalupe, adornada con luces...

Entonces me vi en el interior de la oficina, sentado de nuevo en aquella silla giratoria de madera frente al gran escritorio metálico en cuya cubierta había un enorme cristal con orilla biselada bajo el cual había un mapa de la República Mexicana que cubría toda la superficie del escritorio...

La gran luminosidad que dejaban pasar las láminas acrílicas de la cubierta de las naves 2 y 3 y la muy clara y brillante imagen de las naves recién construidas y ya pintadas me hicieron volver a la realidad, a la actualidad. Recorrí las bodegas 2 y3 y tomé las fotos necesarias para identificar el avance de obra. 

Volví a salir por las naves existentes tomando en mis manos mi teléfono dizque inteligente (más inteligente que su dueño pero incapaz de escribir algo como lo anterior) puse en pantalla el block de notas y empecé a escribir esto, que casi acabé de un jalón...

Por un momento viajé al pasado y no pude resistir el impulso de escribir esta vivencia...