por ralero
Lo
primero que recuerdo es una mañana de septiembre allá por el 71-72 que me
dejaron en el Regio y estaba un alumno jugando en la cancha de básquet, en la
primera de sur a norte.
Lo
recuerdo como si fuera ayer o, más bien, antier: estaba en la canasta del lado
de los edificios, el tablero era de color rojo, con un rectángulo blanco al
centro y el perímetro ([b+h] x 2) pintado también con una línea de color
blanco.
“¿Cómo
vas?” O algo así, creo que le dije, “No muy bien” me contestó, “apenas le puedo
dar a lo blanco”. Entonces, yo: “¡Ah, pues ya casi...! Haz que pegue en el
rectángulo blanco y de rebote entra en la canasta”. “No” me dijo mi nuevo
compañero de escuela “apenas le doy al blanco de la orilla del tablero...”
Y
así es como recuerdo que empezó esta aventura de la segunda parte de mi vida:
cursar la primaria y la secundaria en el Colegio Regiomontano Contry. Este
próximo fin de semana que viene tendremos, si Dios lo permite, una reunión para
celebrar los primeros cuarenta años de que salimos de la secundaria, pero con
muchos de ellos nos conocemos hace más de 50 años.
Entré
yo al Regio Contry y me tocó el grupo de 1o. “A”, (el Kínder lo cursé en el
Instituto Excélsior, pero esa es historia aparte) el salón estaba en la primera
planta del edificio central, en el aula de en medio; la maestra titular fue
NOMBRE (en realidad no me acordé del nombre, lo tengo que sacar del anuario, ¿necesitaré
Centrum?)
muy guapa, por cierto, y de la cual me enamoré profundamente. Recuerdo que para
el Día del maestro de ese curso yo me fusilé una tarjeta hecha originalmente
por Felipe González Aréchiga o Rubén Marroquín (QEPD) que consistía en una hoja
de máquina doblada por la mitad, en una de las caras estaba dibujado el rostro
de la maestra y, alrededor, una especie de guirnalda de flores, abajo de esto
el nombre de la maestra y “¡Felicidades!”
Ni
siquiera estoy seguro de habérsela entregado, pero mi amor por ella era
sincero... jajaja...
De
ese año de primaria recuerdo al profesor Roybal que, creo, nos daba inglés; me
acuerdo que siempre nos contaba una parte de un cuento cuyo protagonista era un
muchacho que se llamaba “Enriquito” o algo así (quizá mis condiscípulos al leer
esto me puedan confirmar o corregir) y, generalmente dibujaba la escena con gis
en el pizarrón y dibujaba muy bien. Del profesor Roybal tengo grabada también
la frase, que escribió en el pizarrón:
“This is the day that the Lord has made, let us
regoice and be glad there in…”
Esta
frase me gusta desde que la escuché, ya la he incluido en una rola y,
seguramente, más de una vez, la deben de haber leído en alguno de mis posts en
redes sociales.
De
este primer año recuerdo dos cosas más: una mañana que estábamos en el pasillo,
Pablo Campos y yo, frente a la oficina de coordinación de primaria, del
profesor Reynaldo (¿ése era su nombre? ¿necesitaré Centrum?) Vizcaya,
venía caminando hacia nosotros, desde la puerta de entrada, nuestra maestra.
Les juro que yo la vi caminar como en los comerciales de shampoo o como en las
escenas románticas donde el protagonista ve venir al sujeto de su amor: en
cámara lenta y su cabello largo flotando al aire... “Ahí viene la maestra” le
dije a Pablo, “trae brasier negro” el cual apenas se traslucía bajo su blanca
blusa... “¡Ay, Rafa” me dijo Pablo, “¡en qué cosas te fijas...!”
Lo
segundo que recuerdo es que en mayo de ese curso los alumnos preparamos un
regalo para las madres a base de palitos de madera y, a petición mía (o, no sé
si de la maestra, aprovechándose de mi amor por ella) mi papá mandó al salón
una dotación de mancha y barniz para madera, para el acabado de los trabajos
manuales. Me recuerdo a mí mismo, esa mañana, caminando por el pasillo con una
caja de madera con las botellas dentro, todo orgulloso pues llevaba un producto
fabricado por la empresa de mi papá...
En
el Regio recibimos la catequesis para hacer la primera comunión. Mi primera
confesión fue en el cuartito donde se ubicaba la librería o papelería (que, según
recuerdo, atendía el Profr. Jaime Adriaenséns, posteriormente ese cuarto fue el
mimeógrafo), con un padre joven, de lentes, que yo ya conocía pues daba misa en
el Santuario de Guadalupe, templo a donde generalmente la familia asistíamos a
misa los domingos. No recuerdo el nombre del sacerdote, ni si me impuso alguna
penitencia, pero es probable que no... por aquellos yo era un niño bueno... hoy
algunas veces me sigo comportando como niño, pero ya no soy tan bueno.
El
segundo año de primaria me tocó en 2o. “A”. De hecho, los tres primeros grados
de primaria me tocaron en “A” y los segundos terceros en “B”, creo... El grupo
de 2o. “A” estaba enseguida del salón del fondo del pasillo del segundo piso
del Tercer edificio hacia el norte, este edificio era el que tenía un cobertizo
hacia el que daba originalmente la librería o papelería antes mencionada (y
que, posteriormente fue el mimeógrafo), cobertizo donde estaba la dulcería o
tiendita de Mr. Hammond.
La
maestra de segundo era Martha APELLIDO (no me acuerdo del apellido, igual lo
consultaré en el anuario, ¿necesitaré Centrum?).
Ella resultó ser familiar de una prima segunda de mi mamá y la fui a encontrar
como 10 años después en una reunión familiar, ¡estaba igualita! A ella la
recuerdo muy bien y con mucho cariño pues me apoyó mucho cuando en enero de ese
curso falleció mi padre...
Justo
el curso anterior había conocido a Rolando Hernández Cantú, quien había perdido
a su padre, yo pensando en su situación, me preguntaba: “¿qué se sentirá no
tener papá...?” Y ¡zaz! que el siguiente mes de enero muere el mío... ¡cuánto
sufrí por ello! ¡cuántas veces, ingenuamente, me arrepentí de haberme hecho esa
pregunta...!
De
tercero de primaria no me acuerdo nada... ni quién fue el maestro, ni en qué
aula fue, ni nada... es más, capaz que no cursé el tercer grado de la educación
básica, pero seguramente me dieron chanza por ser buena onda (existe la leyenda
escolar que en cada curso siempre pasan a alguien que no merece pasar de año,
yo creo que esa vez me tocó a mí... jaja…).
Una
de las cosas que recuerdo de la primaria menor, aunque no recuerdo en cual
curso, es la clase de canto que nos daba el Profr. Villalobos con un piano en
el salón de actos y de la cual tengo muy presente la canción:
“Donde quiera que yo esté,
Responsable he de ser,
Mira siempre hacer el bien
Fácilmente lo podrás,
Solamente has de seguir
La doctrina de Jesús
Si la sigues como luz
Un apóstol tú serás...”
De
cuando en vez me sorprendo a mí mismo cantándola cuando voy caminando o
conduciendo solo... El maestro Villalobos tenía un grupo de niños formado por
alumnos de diversos grados que se llamaba “Orfeón”, era como el coro de la
escuela el cual, según me acuerdo, cantaba en los eventos y en los cumpleaños
del entonces director Roberto Garza Zambrano (QEPD). En ese grupo de
“seleccionados” estaba, si mal no recuerdo, el compañero Francisco Martínez
Escamilla... yo los veía a todos como si fueran artistas... quién diría que el
resto de mi vida he estado relacionado con la música en coros, conjuntos, en la
composición... nunca he sido famoso, pero ¡me gusta tanto!
Creo que
también en la primaria menor, en una casa en frente de la entrada principal del
Colegio (el Regio Contry está ubicado en Titán #333, hoy calle Roberto Garza Zambrano,
nombre del director del colegio en mi época, QEPD), en casa de Carlos Alanís,
empezaron a vender sabalitos (de ahí salió el mote con el que fue bautizado
Carlos) y fue un hit, sobre todo a la salida, aunque no faltaban los intrépidos
que en horas de clase se aventuraban a salir y surtirse de la refrescante
golosina.
En
4o. de primaria estuve en el grupo “B” con el hermano Héctor Granillo. El Regio
Contry es un colegio “dirigido” por Lasallistas, congregación fundada por San
Juan Bautista de la Salle, pero, según leí hace algunos años cuando investigaba
para publicar una nota sobre el colegio, éste es una de tantas fundaciones
hechas por don Eugenio Garza Sada para proveer de escuelas privadas al naciente,
en aquellos años, sector sur de la ciudad. Ya en el área de Gonzalitos-Obispado
existía el Regio Chepe vera.
En
4o. grado me llevaba muy bien con el profesor Granillo, sentí buen apoyo de su
parte y solíamos platicar de cuando en vez, yo creo que él veía en mi alguna
dolencia o carencia y buscaba apoyarme. Creo que de ese curso son las visitas y
retiros en la casa de los hermanos lasallistas, en Contry La Silla; nos
llevaban caminando en dos filas, desde el Colegio, cruzábamos la Ave. Revolución
(hoy, hacerlo a pie… ¡qué esperanza...!), luego cruzábamos el río La Silla por
un puente de madera (compañeros, corríjanme si no, a lo mejor estoy alucinando)
caminábamos un tramito de monte y llegábamos a la casa de los hermanos. En ella
tuvimos más de un retiro, pero lo que más me gustaba eran las misas, creo que
un hermano tocaba la guitarra y los demás cantábamos, ¡tenían unos cancioneros
bien padres! La rola que más me acuerdo es la de entrada:
“¡Qué alegría cuando me dijeron:
vamos a la casa del Señor!
¡Ya están pisando nuestros
pies
tus umbrales Jerusalén!”.
Creo
que por esa época nació en mí una pequeña inquietud por la enseñanza o el
sacerdocio, pero la verdad andaba demasiado hecho bolas para ponerle atención.
Creo que alguno de mis compañeros sí atendió esa inquietud y “se fue” un tiempo
con los lasallistas. Me parece que fue Sergio Dieck... ¿así fue...? (chispas… ¿necesitaré
Centrum?). La verdad no recuerdo bien... Sí, fue Sergio Dieck
(¡bendito WhatsApp!, le envié un mensaje en el que me confirmó que así fue) y
según las palabras de Checo “sí, jejeje, fui yo y varios más: Juan Carlos
Alvarado, Jesús Estupiñán, Praxedis Franck, Rogelio Reyes…” Y sí, yo también me
acuerdo de Chuy Estupiñán…
Llegó
5o. “B” y me tocó con el profesor Luis Manuel ... (otro nombre qué consultar en
el anuario; iba poner “Pelayo”, que así le decíamos, pero éste, es un escrito
serio).
De
este año lo que más me acuerdo es que una mañana llegó al salón un hermano
mayor de Eduardo Willis, a visitar al maestro, creo que acaban de salir de
secundaria o ya había salido el año anterior y había ido de visita al colegio.
Entró al salón y saludó al maestro y empezó a hacer guasa, y el profesor le
dijo que no nos distrajera y que se sentara en su escritorio. Entonces, en
camino hacia la mesa que, según yo, estaba en un escalón más alto que el nivel
del resto del aula, Willis tomó el metro que estaba colocado en la canaleta del
pizarrón y, colocándosela al frente, entre las dos piernas dijo: “¡órale, de a
metro...!!!” y toda la clase soltamos la carcajada a diestra y siniestra,
mientras que el profe Luis Manuel, que estaba frente a nosotros pero dándole la
espalda a Willis se sorprendió por nuestro comportamiento, pues no vio lo que
hizo su ex alumno... volteó hacia el visitante, supongo que lo vio con el metro
en la mano y comprendió todo, así que sacó a Willis del salón, cerrando la
puerta detrás de él.
De
esta época, creo yo, es también el profesor Sauri, de educación física, que de
la clase no recuerdo ni máiz, pero sí de los equipos representativos que se
formaron en mi generación, de sus entrenamientos, de sus campeonatos locales y
nacionales de básquet bol, entre los que recuerdo a Alejandro de la Fuente,
Vicente González, Roberto Cavazos, Alberto Hinojosa, Isauro Espinoza... (¿quién
más…? Pasu... no tengo tan buena memoria como creía...) y de fútbol soccer
recuerdo al porterazo Roberto Castillo, a Gerardo Sáenz, creo que estaba
también Miguel Ángel Gutiérrez, Óscar, mi primo... (¿quién más…? híjoesu... qué
mala memoria tengo... ¿necesitaré Centrum?)
Creo que en
sexto estuve en 6o. “A” (bueno, la excepción a la regla) con el buen Santiago
Puente Alemán. Gozaba él de una fama de estricto y de “perro”, que era una
especie de terror para el alumnado y, debo decir, eso me daba un poco de temor.
Mi primer encuentro con el profesor Santiago lo
recuerdo como si hubiera sido hoy por la mañana: estábamos en clase de español
viendo el tema de las Lenguas o Idiomas; él explicaba que el nuestro, el
Español, al igual que algunos otros como el francés y el italiano provenían de
una común que, de hecho, ya no se hablaba pero se seguía usando en algunas
ciencias, pero para efectos del idioma era una lengua muerta.
Yo, en esos momentos estaba sentado en mi silla
frente a la mesa redonda que en ese curso de sexto teníamos (no teníamos
escritorio, el sistema de clase le llamaban Educación Personalizada) y dándole
la cara al pizarrón desde donde exponía su clase el profesor. Mi mirada y mi
atención estaban concentrados en el dedo pulgar de mi mano izquierda, en el que
tenía un pellejito que me molestaba por lo que trataba de cortarlo utilizando
los dientes, sin embargo, de reojo podía ver al profe dando la clase. Él, dándose
cuenta de que estaba yo más concentrado en mi manicure preguntó: “¿Alguien sabe
cuál es el nombre de esa lengua muerta?... Quizá usted, cortaúñas humano…” dijo
dirigiendo su vista hacia mí y, obviamente, redireccionando la de muchos de mis
compañeros...
Yo, con toda
la tranquilidad de que fui capaz, tardé dos o tres segundos en quitarme el
pellejo del dedo y, alzando la vista y mirándole, le contesté: “latín, la
lengua muerta es el latín...” el profesor Santiago, disimulando una cara de
sorpresa, pues seguro estoy que no esperaba que le estuviera poniendo atención ni,
mucho menos, que supiera la respuesta, continuó como si nada... “Así es, el
latín es una lengua que se utilizaba en la antigua Roma...”
A partir de
ahí se generó entre los dos una especie de lazo filial, él decía que yo era su
hijo y me trataba súper bien, sin dejar la exigencia del estudio de lado; en
una ocasión que yo no llevaba lonche, él ofreció “prestarme” algunas monedas
para que me comprara algo a lo cual accedí tras alguna insistencia de su parte
(la verdad, sí tenía hambre), pero nunca intenté volver a pedirle o aprovechar
esa situación para ello. El profesor Santiago me ayudó y me apoyó mucho, sobre
todo en lo referente a la clase de español. Cuando se terminó el curso, Santiago
nos invitó a Fernando Villarreal y a mí a tomar un curso en el verano, porque
iba a cambiar el plan de estudios de las materias, fue cuando quitaron lo de
las “raíz” de las palabras e introdujeron lo de “morfemas y gramemas”... incluso casi llegué a “inventar”, según él, un tiempo de conjugación,
pero lo importante que él quería decirme, entendí después, era que no diera
todo por hecho y que siempre tratara de hacer algo más, que no me acomodara por
haber nacido en un estrato social “acomodado” pues había muchachos en sexto que
no tenían la oportunidad en una escuela como el Regio o incluso que no iban a
estudiar por tener que trabajar (varias veces dio ese discurso en clase).
El ejemplo
del profesor Santiago y su apoyo me influenciaron para que, por esos años, yo
me inclinara a tomar la profesión de maestro, “es una de la más bonitas” me
escribió el maestro al autografiar mi anuario de ese año.
Sexto de primaria se llevaba por la tarde, era el único curso que lo hacía, todo el Colegio salía del turno de la mañana y entrábamos nosotros por la tarde. Mientras llegaba la hora en que sonara la música de entrada (para ese año o el anterior ya no era un timbre lo que indicaba la entrada y no hacíamos fila para ingresar a los salones) empezamos a jugar fútbol y, de andar peloteando algunos cuántos, ese juego creció hasta convertirse en un partido de “A” contra “B” ¡sin límite de jugadores, con dos balones y dos porteros...! ¡Imagínense treinta y tantos pelaos jugando contra otros treinta y tantos en una misma cancha de fútbol...! ¡Cómo me gustaban esos partidos! Incluso, más de una vez me llegué a enojar cuando teníamos que parar cuando empezaba a sonar la música para entrar a clases...
La
secundaria la empecé en 1o. “B”, bajo la titularidad del profesor Francisco
Galván (creo que así se llama… recórcholis, otro nombre qué checar en el
anuario, ¿necesitaré Centrum?) en el primer salón, saliendo de las escaleras
del segundo piso del Tercer edificio hacia el norte.
De este curso tengo presente
dos episodios con el profesor Galván. Creo que él y Santiago fueron de los
amigueros con la raza, muchos de mis condiscípulos, como José Santos, Gerardo
Sáenz, Sergio Pérez Mier, etc. se codeaban con ellos y a veces se llevaban hasta
de más.
El primero de los recuerdos
se remonta casi a inicios del ciclo, cuando hacíamos fila al frente para revisión
con el profesor Galván. Al llegar mi turno, el profesor voltea a verme a la
cara, se me queda viendo y me dice: “Una rasuradita, ¿no, Valero…?”. Yo, no
supe qué contestar ni cómo reaccionar; me limité a esperar mi revisión y ya.
Por la tarde, al llegar a casa me fui directo al baño a mirarme en el espejo y
cuál fue mi sorpresa al notar en mi cara, sobre los labios un naciente bigote
cantinflesco… “¡bigote…!” exclamé para mis adentros y, tomando haciendo espuma
con el jabón en mis manos tomé el rastrillo nuevo que para tal efecto había
comprado mi santa madre de Dios hija (esperando que algún día su hijo tendría
un bigote y una barba qué rasurarse) procedí al honorable rito de mi primera
rasurada. Cabe decir que era algo que esperaba quizá con un poco de ansia,
porque algunos de mis compañeros se rasuraban ya desde el curso pasado.
El segundo de los recuerdos,
se refiere también a una fila de revisión pero, esta vez, se trataba de la
materia de artísticas; el trabajo requerido era una escultura en yeso para lo
cual, como yo no tenía la menor idea cómo hacerla o trabajar el yeso, me limité
a hacer un óvalo de yeso y en él “esculpir” la cara de un tigre en bajo relieve,
procediendo después a pintarla… a mis ojos, eso parecía la cara de un tigre
aunque probablemente estaba yo incursionando en el impresionismo abstracto temprano,
sin saberlo. Para colmo de mi desventura, el lugar antes de mí en la fila de revisión
era ocupado por Felipe González Aréchiga, quien llevaba la escultura de un ave
muy bien hecha y muy bien pintada (creo… la figura en yeso puede cambiar o
haber sido otra, pero esto es lo que me acuerdo). Llegó el turno de Felipe,
Galván tomó la figura, la revisó y la calificó con un 8… “No pos ya valió queso”
dije en voz alta, “ya estuve que saqué 6”. El pase era “7”.
Salió Felipe de la fila, me
acerqué yo al escritorio y le entregué al profe. Galván mi trabajo en yeso; lo
tomó, ni siquiera lo vio, lo puso en el escritorio, abrió la lista y me puso “6”.
Tomó la escultura y me la devolvió, “el que sigue”, dijo en voz alta.
Yo, tomé mi triste tigre,
aunque literalmente ya éramos dos, y me fui a sentar en mi lugar. El camino a mi
pupitre lo recorrí en silencio, pensando… ¡era la primera calificación
reprobatoria en mi incipiente carrera estudiantil, seguramente iba a aparecer
en rojo en la boleta, ¿me regañarían en casa?, ¿tendría problemas con la beca,
que el colegio nos había otorgado como ayuda? En esto pensaba cabizbajo sentado
ya en mi escritorio cuando se acercó un compañero, no recuerdo quién y me dijo:
“dice el profe que no reprobaste, te puso 7, pero que nunca te dieras por
vencido antes de tiempo, que no lo vuelvas a hacer…” Levanté mi mirada y la
dirigí al escritorio del profesor Galván, él volteó a verme con los ojos, sin
levantar la cara y me hizo un gesto como diciendo “échale ganas, cabrón”. Fue una
lección muy buena que siempre he agradecido.
No reprobé ninguna materia hasta
el primer semestre de estudios de mi carrera profesional y, en lo personal, he
tratado siempre de luchar sin desanimarme, cuando he fallado me he detenido
solo lo suficiente para reparar fuerzas y continuar.
El segundo grado de secundaria me tocó en el grupo “A”, con el profesor Jaime Adriaenséns, el salón creo que era el mismo que tuve en primero de secundaria. En aquellos tiempos seguíamos con el Sistema de Educación Personalizada, forma de trabajo que a mí me gustó mucho y que desarrollo en mi la costumbre de investigar en los libros. En ese método de trabajo cada salón de secundaria era el laboratorio de una materia y en este caso, 2o. “A” era el laboratorio de español y Adriaenséns les daba español a los 6 grupos de secundaria.
Por las
mañanas, después de entrar cada grupo a su salón bajo el don de la música que
nos ponían (como recordará el amable lector ya no se usaba un timbre) creo que
la primera o las 2 primeras horas (que creo eran de 40 min) eran clases en el
salón de tu grupo, después eran “horas de laboratorio” en las que cada alumno
escogía ir al salón o laboratorio de la clase que escogiera o necesitara. En
cada salón había un estante por grado de secundaria donde estaban las “fichas
de trabajo” y uno las iba realizando en orden ascendente; creo que trabajábamos
en hojas sueltas y cartapacios, así, cuando uno terminaba una ficha la
“entregaba” en el estante correspondiente para que el titular de la materia la
revisara. En el mismo estante estaban los libros de consulta.
Creo que
después había un recreo de ¿20 min?, luego otras 2 horas de laboratorio, otro
recreo y, finalmente una o dos clases más... o algo así. En una ocasión, Pablo Campos me dijo en son de broma: "Qué, Rafa, ¿a poco sientes correr la sangre por tus venas?". Yo, poniendo una de las más extrañas caras de extrañeza que en puesto en mi vida, le dije: "De qué hablas? No te entiendo...". Pablo, me dijo riendo con un poco de burla, "¿a poco no sabes...?
Pues resulta que, en una hora de laboratorio, en el salón de
la clase de Español, el profesor Adriaenséns con una ficha en cada mano y
frente a todos los alumnos que en esa hora trabajaban les dijo, mostrando las
hojas: “vean este trabajo” levantando su mano izquierda, “este hombre
siente correr la sangre por sus venas… es un trabajo muy bien hecho, etc.” Casualmente,
Pablo estaba sentado en el primer pupitre de la fila, quedando el profe
exactamente frente a él por lo que claramente pudo Pablo ver que la hoja a la
que hacía referencia Adriaenséns era de miguelito…
“En cambio,
este otra trabajo… parece que el alumno lo hizo con los pies…” (o algo así
dijo, la verdad no me acuerdo bien… ¿necesitaré Centrum?) para infortunio del buen Pablo también pudo
ver quién era el autor material de tal trabajo, que había merecido el “desprecio”
de maestro: un alumno cuyo nombre omitiré pero que se apellida Campos Martínez…
jajaja… por un tiempo fui presa de las “burlas” del buen Pablo y quizá por eso
es que a partir de entonces cayó de m gracia el cantautor José María Napoleón,
aunque por aquellos años fue el cantante preferido del profesor Adriaenséns… a
grado tal de que varias veces escuchamos en su clase las canciones de “Hombre”
y “Vive”.
De lo otro
que más me acuerdo de 2º. de secundaria es de que, durante los recreos, había
un torneo de futbol interno de los 2 grupos. Cada grupo “A” y “B” tenían sus
equipos y jugábamos todos contra todos. Yo estaba en el equipo “Tigres”, con
Miguel Flores en la portería, Tomás Rosales… ¡recontra recórcholis… no me
acuerdo quién más! (¿necesitaré Centrum?). El caso es que jugamos muy bien y
llegamos a la final, justamente contra el equipo del Profr. Adriaenséns.
El partido
de la final se llevo a cabo en el recreo, un juego muy reñido, a tal grado que
quedamos empatados a 1 gol por bando. Creo que se decidió un segundo tiempo en
el segundo recreo y el partido siguió igual. El juego se iba a decidir en serie
de penales, lo cual no nos convenía pues aunque nuestro portero era el buen Miguel
Eduardo Flores Aguirre, que se tiraba a todas de todas (en realidad, él jugaba
futbol americano en Águilas y, con todo respeto, no era muy bueno en el soccer,
pero tanto costalazo en el americano, yo creo, le favorecía para jugar de portero)
el guardameta del otro equipo era nada menos que Roberto Meinardo Castillo
Garza (no sé si así se escriba su segundo nombre), a mi gusto, el portero de
porteros que paraba casi todas de todas.
Pues a Dios
gracias, los profesores se pusieron de acuerdo y cedieron la última clase después
del segundo recreo y se jugaron, como quien dice, los tiempos extras. El
partido siguió igual de reñido, sin embargo, en una acción en la media cancha
Tomás Boy, digo, Tomás Rosales se adueña del balón y me manda un pase filtrado
al frente, me quité de encima un defensa y avance adelante y solo hacia la
portería contraria, Castillo salió para cerrarme el ángulo de disparo, hice la
finta de que tiraba con la derecha y Roberto se tiró pero, en lugar de chutar, pasé
el balón a mi pie izquierdo y sacándole la vuelta a Castillo, tiré a gol con el
empeine… la pelota salió hacia la portería, pegó en el poste izquierdo en
relación a nuestro ataque y se metió en la cabaña de los albiazules de 2º. de secundaria,
todos gritamos ¡gol! y un ¡ganamos! a todo pulmón… Le habíamos ganado al equipo
favorito, al equipo del maestro…
BUENO, ESTIMADOS CONDISCÍPULOS, HASTA AQUÍ LLEGA EL ESCRITO, POR LO PRONTO, ME FALTA 3ero. DE SECUNDARIA Y ALGUNAS ANECDOTAS MÁS, PERO EL TIEMPO SE ME VINO ENCIMA Y LA REUNIÓN YA ES MAÑANA. EN LA PRIMERA OPORTUNIDAD SUBO ESTO A LA RED PARA QUE LE DEN EL VoBo Y LAS CORRECCIONES PERTINENTES.
ESPERO PERDONEN CUALQUIER YERRO O FALTA DE PRECISIÓN QUE PUEDA HABER O SI, SIN NINGUNA INTENCIÓN DE MI PARTE PUEDA OFENDER A ALGUNO.
LOS VEO, SDLP, AL RATO EN LA REUNIÓN...
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Rafael
Valero Soto
a r q u i t
e c t o
El club deportivo de los sábados
Competencias Azules va Dorados
Sexto: obras de los cavernícolas y la palanca, el plano inclinado, etc
Clases de mecanografía
1o. Secundaria: la tremenda corte fiesta del director
Los motivos del lobo
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