domingo, 22 de diciembre de 2019

UN CUENTO DE NAVIDAD


por ralero 



Todos se burlaban de ella. Sobre todo, cuando su Dueño la golpeaba y arriaba por tardarse al bajar la carga de frutas y legumbres de los sembradíos ubicados en las terrazas del cerro y llevarlas a la casa. Aunque era poca la cantidad que cargaba, por el tamaño de su cuerpo, la distancia era muy corta como para que lo hicieran los camellos, que por su resistencia eran usados para llevarla a Yerushaláyim para su venta. Pero ella hacía lo mejor que podía para cumplir con su trabajo.

Probablemente era ella, la burrita, la que recibía más maltrato de todos los animales. La cabra era quien más se burlaba de ella, quizá porque era uno de los animales más apreciados ya que producía leche, que era más del gusto del dueño que incluso la de la vaca, pues aparte con la leche producían queso y manteca. Lo único que no le gustaba a la cabra era que sus hijitos, los cabritos (nada que ver con los cabrones) eran considerados también un rico platillo.

Cada noche, cuando eran reunidos todos los animales en la cueva y mientras tomaban su comida del pesebre, después de comentar sobre las tareas de la jornada o de cómo les había ido en el día, la cabra era quien empezaba a lanzar bromas sobre la lentitud de la burrita o acerca de cómo era vapuleada por el capataz.

Pero esa noche fue diferente. El viejo perro que pastoreaba a las ovejas, que generalmente dormía en la casa, se quedó en esa ocasión en la gruta y, cuando la cabra empezó a burlarse de la burra, el perro le dijo:

-Calla cabra insensata, no sabes lo que dices, te burlas de un noble animal que, además, está predestinado a grandes cosas… 

- ¿Cómo puede un burra estar predestinada a grandes cosas? -reclamó la cabra.

-Cada sexto día- dijo el perro- el dueño va a su lugar de oración, en ocasiones lo he acompañado y he oído decir en esas reuniones profecías como esta: "Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne" (Is. 1,3).

-Pues yo no sé si tenga algo que ver –terció la paloma- pero en uno de mis viajes llevando mensajes otra paloma me contó que llevó uno de un sacerdote de Yerushaláyim acerca de que el nacimiento del Mesías está cerca…

-Pues dudo mucho que este burra vaya a hacer algo grande en su vida…-interrumpió la cabra bruscamente.

-Ignoro si vaya a hacer algo grande –intervino la gallina- pero lo que es seguro es que mañana se va de aquí…

- ¿A qué te refieres? -preguntó asombrada la burrita, que hasta ese momento había permanecido sin participar en la plática.

-Pues en la tarde escuché al dueño aceptar darte en pago al Carpintero a cambio de que le arreglase las mesas y bancas del comedor, pues el Carpintero y su esposa tenían que viajar a la ciudad de Belén…

- ¡Qué mala suerte! -interrumpió la cabra-ya no tendremos de quien hacer burla por lenta y perezosa…

Nadie le siguió la corriente a la cabra y todos guardaron silencio al ver salir a la burrita pensativa y seria de la cueva.

Al día siguiente, muy temprano, el Carpintero entregó las últimas bancas y recogió a la burrita a la que llevó a su casa. La burrita iba un poco triste pensando que la iban a cargar de un montón de cosas para el viaje, pero cuál fue su sorpresa cuando al llegar a la casa del Carpintero lo recibió su esposa alegremente y tras acariciarle la crin le colocó una sábana blanca sobre su lomo.
La burrita se sintió muy orgullosa porque no la habían cargado ya con cosas o frutas, sino que ahora era el medio de transporte de la esposa del Carpintero, quien además, estaba encinta y que era, a diferencia de su anterior dueño, muy cariñosa y muy alegre. La burrita, celosa de su deber y consciente de su nueva responsabilidad, caminó con paso suave y cuidadoso para incomodar lo menos posible a sus pasajeros.

El viaje duró cinco días y deben haber cubierto alrededor de 20 leguas hasta que por fin llegaron a la ciudad de Bet-léhem, la ciudad de David. Estuvieron buscando un lugar donde hospedarse, pero, invariablemente, les decían que el sitio ya estaba ocupado.

Después de buscar inútilmente; el Carpintero le dijo a su esposa que conocía un lugar, fuera de la ciudad, donde los pastores solían reunirse cuando iban a Bet-léhem con sus rebaños: que allí podrían encontrar siquiera un abrigo. El Carpintero conocía aquel lugar desde su juventud. Cuando sus hermanos lo molestaban, se retiraba con frecuencia allí para orar fuera del alcance de sus perseguidores. Agregó el Carpintero que, si los pastores volvían, se arreglaría fácilmente con ellos. Por fin, el Carpintero y su esposa se acomodaron en una gruta, porque no había lugar para ellos en la posada.

El Carpintero acondicionó el lugar y preparó unas colchas donde él y su esposa pudieran acostarse a descansar, después ató a la burrita cerca de un pesebre que allí había el cual limpió y acomodó para usarlo de cuna para el bebé que, por lo que decía su esposa, pronto nacería y luego salió a conseguir agua para tomar y carbón, para encender un fuego.

La burrita, después del largo viaje que habían hecho, terminó rendida y como era ya tarde cuando llegaron a la gruta, se quedó profundamente dormida.

Llevaba ya buen rato dormida cuando de pronto, sintió que se empezó a cimbrar la tierra y a través de sus párpados cerrados alcanzó a distinguir que una gran luz inundó la gruta y, antes de lograr abrir completamente los ojos, alcanzó a escuchar el llanto de un bebé, se puso de pie y se acercó a la esposa del Carpintero y frente a ella vio a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en el pesebre.

Entonces vio como llegó una legión de seres alados cantando con gran alegría: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!” y se fueron postrando uno a uno frente al niño. Los padres del niño no cabían de gozo y miraban al niño y se miraban entre sí con gran cariño y felicidad y postrándose también frente al niño dieron gracias a Dios. 

Recordó entonces la burrita las palabras del viejo perro: "Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su Dueño.” Y, doblando sus patas delanteras, se postró ante el recién nacido y el noble animal, con la satisfacción de haber cumplido bien su trabajo, agradeció a Dios por su humilde trabajo.


FIN



 De todo corazón y con mucho cariño deseamos que Jesús renazca en el pesebre del corazón de todos y cada uno de ustedes y sus familias…                  


¡FELIZ NAVIDAD!


Gaby, Fer, Sebastián y Rafael
THE VALERO TORRES FAMILY TEAM