por ralero
EN EL SIGLO PASADO, EN UNA EXCAVACIÓN ARQUEOLÓGICA EN UN MONTÍCULO
CERCANO AL CENTRO DE BELÉN, SE ENCONTRÓ UN PERGAMINO ANTIGUO ENVUELTO EN PIEL
CURTIDA DE CORDERO. ESCRITO EN ARAMEO ANTIGUO EL PERGAMINO CONTENÍA LA SIGUIENTE
HISTORIA:
Yo soy Rajel, hija de Abir, hijo de Eliel, hermano de
Ozer, originarios todos de Bet leehem, de Judá, la ciudad de la casa del pan.
Nuestro padres nos han trasmitido esta historia para que nunca olvidemos lo
acontecido en aquellos días, historia que he puesto en este pergamino para que
sea trasmitida de esta manera en virtud de que Yavé, nuestro Dios, ha tenido a
bien en no permitirme tener descendencia, por lo que me he dedicado a cuidar y
educar la descendencia de mis hermanos.
En la época del reinado Herodes el Grande, hacia el año
749 de la fundación de Roma, mi abuelo Eliel, hijo de Ilan era pastor junto con
su padre y su hermano, de nombre Ozer.
En aquellos días llegó Ozer al área de las fogatas y no
encontró a nadie. Los fuegos aparecían aún humeantes lo cual significaba que
los habían apagado a la carrera y que lo habían hecho hacía poco tiempo.
Dejó la oveja que traía a hombros sobre el pasto y empezó
a husmear entre las cosas. Era evidente que iban a volver, porque las cosas no
habían sido empacadas y había algunas mantas acomodadas listas para dormir.
Entonces, notó un fuerte resplandor tras una pequeña loma
ubicada hacia el norte de donde estaba y arriba, en el cielo, estaba la
estrella mas grande y luminosa que había visto en su corta, muy corta, vida.
Tomó de nuevo la oveja en sus hombros y dirigió sus pasos
hacia donde había visto el resplandor.
Subió el montículo con poca dificultad, desde los tres
años acompañaba a sus padre a llevar a pastar a las ovejas, por lo que estaba
acostumbrado a caminar tanto en plano como en cuestas empinadas; ahora, a los
siete años, ya andaba solo con parte del rebaño e incluso se aventuraba a
buscar a las ovejas perdidas o que se separaban del rebaño, como había sucedido
esta noche: salió en busca de un pequeño macho y había conseguido traerlo de
vuelta al redil.
Llegó a la cima de la pequeña loma y pudo ver a las faldas
de ésta un pequeño establo un poco alejado del caserío de la afueras de la
ciudad.
Frente al establo, estaban todos los pastores, algunos de
pie, otros hincados, con algunos de los animales, mirando a la pequeña familia
que ocupaba en esos momentos el lugar. “Deben ser peregrinos que vienen al
censo,” pensó Ozer “ha llegado una buena cantidad de ellos a la ciudad de
David” y eso se reflejaba en que hubo que aumentar la producción de leche de
cabra para vender en la ciudad y que se habían vendido también, algunas ovejas
más que de costumbre.
Ozer se acercó y pudo ver que se trataba de una pareja,
quien acababa de dar a luz un bebé, un niño, el cual estaba envuelto en pañales
y recostado en un pesebre, su madre estaba sentada junto al pesebre apoyándose
con su brazo derecho en él y con el otro acariciando la cabecita del niño. El
padre estaba hincado atrás de ambos y los dos estaban contentos y sonrientes.
De hecho todo mundo esta contento y había gran algarabía. Ozer encontró a
Eliel, su hermano, y le preguntó el por qué tanta emoción con el niño y por qué
habían dejado el campamento sin más ni más.
“Es el Mesías” le contestó su hermano con una evidente
alegría en su rostro, “llegó un ángel al campamento y nos dio la noticia e,
inmediatamente, apareció una legión de ángeles alabando a Yavé”. A Ozer le
resultaba muy difícil creer las palabras de su Eliel, pero al ver su rostro y
la actitud de los demás no le quedaba otra opción que confiar en ellas.
Escuchando la conversación de los mayores se pudo enterar
que la pareja era una recién desposada, originaria de Nazareth; el padre, de
nombre José, era descendiente de la estirpe de David por lo que, efectivamente,
vinieron a Bet leehem a empadronarse debido al censo que por esos días se
llevaba a cabo. El niño había nacido en la madrugada justo después de haberse
instalado en el establo, debido a que no habían encontrado lugar para ellos en
las posadas del pueblo.
Esa noche durmió muy poco. Aparte de que se retiraron muy
tarde del establo, no podía conciliar el sueño pensando en lo que se perdió por
buscar la oveja perdida pero, sobre todo, recordando las enseñanzas de su
abuelo, quien le contaba que los profetas habían vaticinado que el Mesías
nacería en Bet leehem, pues sería un hijo de David el escogido por Yavé para
salvar a su pueblo:
”Mas tú, Bet leehem Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de
ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de
antigüedad, desde los días de antaño.” (Miqueas 5:1)
Si era un descendiente del Rey David, ¿no era demasiado
humilde su nacimiento? Si era el Mesías, ¿no debían presentarse los sacerdotes?
Sumido en estos pensamientos se quedó, por fin, dormido.
Ozer sentía gran admiración por David quien de niño
también había sido pastor. Admiraba, sobre todo, cómo había podido vencer al
mejor guerrero de los filisteos y, posteriormente, cómo había llegado a ser rey
de su pueblo, por la gracia de Yavé. Imitando a aquel Rey de antaño Ozer se
había vuelto, a fuerza de mucha práctica, muy hábil en el uso de la honda.
Al día siguiente se levantó igual de temprano que todos
los días, pero lo primero que hizo fue ordeñar algunas corderas y recoger algo
de fruta.
“Buenos días, Padre” saludo Ozer a Ilan cuando éste salía
de su tienda “Buen día, hijo mío, ¿a dónde llevas esa leche y esas frutas?” le
preguntó su padre sabiendo en su corazón la respuesta, “se la llevo a los
peregrinos, para que puedan desayunar algo, pero venía a solicitar tu permiso
para hacerlo”, el padre ya en cuclillas frente a él le acarició su cabello y le
dijo: “ve pues, hijo, esa es una buena idea y una mejor acción, recuerda
siempre que aunque tengas poco hay que compartir con el que tiene menos”. Más
rápido que pronto, Ozer agradeció el permiso otorgado y se dirigió corriendo al
establo tras la loma.
A partir de esa mañana todas las siguientes Ozer visitó a
los peregrinos llevándoles leche fresca y algunos frutos por las mañanas, fue
así como Ozer conoció a José padre del niño, quien vivía en Nazareth pero era
originario de Bet leehem, y que se dedicaba a la carpintería; conoció también a
Mariám, esposa de José, originaria de Nazareth y, por supuesto a Jesús, el
recién nacido.
A los pocos días Ozer empezó a visitarlos también al
atardecer, tras recoger y guardar los rebaños e invariablemente le ayudaba a
José con alguna tarea o entretenía al niño mientras su madre, limpiaba el
establo o lavaba algunas ropas.
Casi había olvidado lo que le contó Eliel acerca de los
ángeles, cuando una tarde, ya para los dos años del nacimiento del niño, llegó
una caravana que, por las vestiduras, cabalgaduras y apariencias, procedían de
oriente.
Ozer, tras guardar los rebaños, se acercó a los visitantes
uniéndose al resto de pastores que se habían reunido en torno a ellos.
“¿En dónde esté el Rey de Israel?” preguntó el viajero
que, al parecer, era el líder de la expedición, “hemos seguido su estrella
durante varios meses y nos ha traído hasta aquí”.
“Bienvenidos sean, viajeros, que la paz de Yavé esté con
ustedes” habló Ilan tomando la palabra de entre todos los pastores, “el rey a
quien buscan está cruzando el montículo al norte de aquí”.
Sin siquiera bajarse de sus monturas, los viajeros de
oriente partieron por el rumbo indicado, seguidos de algunos pastores, Ozer
entre ellos.
Cuando llegaron al pie del establo, los viajeros
descendieron de sus cabalgaduras, se acercaron hasta el niño y su madre y,
adorándole le ofrecieron tres presentes: oro, incienso y mirra.
Los viajeros habían viajado durante más de año y medio
para llegar hasta allí, por lo que estuvieron algunas semanas en el lugar,
tiempo durante el cual Ozer hizo gran amistad con ellos, alternando las visitas
entre ellos y los peregrinos de Nazareth. Así supo que los viajeros eran unos
magos, sacerdotes del zoroastrismo, que provenían del oriente, y que se
dedicaban al estudio de las estrellas. Fue así que descubrieron la gran
estrella y su relación con las antiguas profecías israelitas.
La noche anterior a su partida Ozer fue a visitarles a sus
tiendas, para despedirse de ellos y regalarles algo de comida para le camino.
Pero apenas Ozer iba a entrar a la tienda en donde se reposaban, cuando desde
afuera alcanzó a ver una silueta con alas y a escuchar su voz que decía a los
viajeros que regresaran a su casa por otro camino para que no llegaran a
informarle a Herodes que habían encontrado al niño. Cuando entró Ozer a la
tienda, el ángel había desaparecido.
Esa noche habló Ozer largamente con los magos de oriente,
quienes le hablaron de las profecías escritas acerca del niño. La simpatía y
afinidad que sentía Ozer por el niño y sus padres creció enormemente y fueron
mas asiduas y largas sus visitas al establo.
Ozer se había encariñado enormemente con la familia,
jugaba mucho con el niño y ayudaba un poco a los padres. Incluso algunas veces
Ozer y Jesús salían juntos a llevar a las ovejas a pastar. Se hicieron grandes
amigos.
Una mañana en la que Ozer llegaba al establo antes de
sacar a los animales vio a José y Mariám empacando sus pertenencias
apresuradamente, por lo que preguntó a Jesús qué ocurría. “Nos vamos a Egipto”
le dijo el niño “mi padre a dispuesto que partamos inmediatamente hacia allá”.
Al escuchar la conversación Mariám se acercó a los niños y mirando a Ozer le
dijo: “Ozer, tenemos que partir tememos por la seguridad de Jesús, ya vez que
los magos de oriente tomaron otro camino para volver sin pasar por
Yerushalayim, creemos que el Rey Herodes pudiera hacer daño a nuestro hijo”.
“Así es Ozer”, continuó diciendo José “tenemos que partir”. “Es una lástima”
dijo Ozer “los voy a extrañar mucho”. Entonces le dijo José: “si quieres,
puedes venir con nosotros”, “sí Ozer” dijo Jesús “viaja con nosotros”.
A Ozer se le iluminó el rostro, claro que le encantó la
idea, pero primero que nada, debía pensar en la seguridad de Jesús. Tal vez
sería mejor que se quedara para estar seguro que la guardia del rey no encontrara
a sus amigos y que no los siguieran en su huida.
Ozer agradeció a José y a Jesús su invitación pero les
dijo que tal vez sería más útil si se quedaba y se aseguraba que los guardias
del rey no los encontraran ni siguieran. Entonces, en un gran silencio,
siguieron empacando las cosas.
Terminaron de hacer los preparativos y dejaron el establo,
la familia de Ozer los acompañó hacia la salida sur del pueblo. Entonces, se
empezaron a despedir, sin poder ocultar un dejo de tristeza.
Ozer se despidió de Mariám y de José. Tomó a Jesús en sus
brazos y lo abrazó fuertemente. “Que Yavé les ilumine en su camino” les dijo
Ozer. “Que Yavé, nuestro padre” dijo Jesús “se quede con ustedes y los acompañe
siempre.”
Entonces, los peregrinos iniciaron su caminar hacia
Egipto.
Ozer regresó al campamento con su padre y hermanos. Llamó
a estos últimos y a sus amigos y los organizó para vigilar el acceso norte del
pueblo. Si llegaban la guardia real, les harían creer que cada uno de ellos era
Jesús, y tratarían de confundirlos y hacerles perder tiempo conduciéndolos
entre las calles de Bet leehem y por entre los campos del alrededor.
A los pocos días llegó una partida de soldados del rey, al
ver a aquellos niños a la entrada del pueblo les dieron muerte sin misericordia,
solamente Eliel pudo escapar y pudo avisar a Ozer y los demás. Ozer les indicó
que se esparcieran por el pueblo avisando a todos que escondieran a los niños o
que los sacaran del pueblo, él se quedó en lo alto de un pequeño montículo con
su honda. Cuando divisó a los soldados y los tuvo al alcance les disparó
piedras con su arma, emulando a su héroe David luchando por su pueblo. Derribó
a media docena de sus monturas y a dos o tres hirió de muerte.
A la vuelta de algunos años Eliel llegó a Egipto y pudo
encontrar a José y a su familia. Con lágrimas en los ojos, pero con un gran
orgullo, les contó como se dieron los acontecimientos tras la salida de ellos
de Bet leehem y cómo, con la actitud de un gran guerrero a pesar de su corta
edad, Ozer había luchado contra los soldados enviados por el rey defendiendo a
los niños.
“Ozer fue muy valiente, es un héroe” dijo Mariám a Jesús “nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos”, el niño asintió sin poder contener algunas
lágrimas.
Hasta aquí la historia de Ozer hijo de Ilan, pastor de las
montañas de Bet leehem de Judá. Yo Rajel, hija de Abir, hijo de Eliel, hermano
de Ozer dejo este testimonio por escrito porque salgo hoy hacia Yerushalayim
para unirme a los discípulos de Jesús a quien crucificaron, pero que Yavé
resucitó de entre los muertos, para anunciar con ellos la Buena Nueva.
En memoria de aquellos
primeros mártires por la causa de Jesús.
091402