domingo, 1 de noviembre de 2020

EL HOMBRE QUE NO QUERÍA SER SANTO

por ralero 


El era un hombre como cualquiera, era un hombre bueno.

Se preocupaba por los demás como cualquiera, pero a veces de más.

Educado en una familia católica conocía de la vida de algunos santos a los cuales veneraba y solicitaba intercesión de cuando en vez. Les tenia cierta admiración, pero a quien realmente admiraba y adoraba era a Jesús.

En cierta ocasión leyó un exhorto del papa: “Queridos amigos, el mundo necesita santos y todos nosotros, sin excepción, estamos llamados a la santidad. ¡No tengan miedo!”.

Eso le dio mucho qué pensar. Pero él no quería ser santo, no podía serlo; estaba tan lejos de ello, ni pensar en codearse con San Francisco de Asís, o con don Bosco o con Juan Pablo II... no... “Yo” pensó para sí “solo me dedicaré a orar”.

Y así fue.

Oró por su familia, por sus amigos, por aquel enfermo, por ese que no tenía trabajo, por su hermana que se casaba, por la empresa donde laboraba...

Entonces, sucedió que su familia se hizo más unida, a sus amigos le empezó a ir mejor, aquel enfermo sanó, ése que no tenía trabajo consiguió un buen empleo, su hermana vivía un buen matrimonio que había sido bendecido con un hijo, y la empresa donde laboraba creció y se desarrollaba con éxito...

Todo esto pasó sin que él se diera cuenta.

Mientras tanto, en el cielo, Dios estaba a la expectativa de la oración de este hombre que había ganado especial gracia ante Él por ser bueno y cuya intercesión por los demás era agradable a sus ojos.

Precisamente hoy, 1 de noviembre, celebramos su onomástico...



Día de Todos los Santos de 2017


viernes, 10 de abril de 2020

CONVERSACIONES REALES QUE NUNCA SUCEDIERON-El tatuaje

por ralero 


Estaba decidido.

Yo quería llevar a Cristo en mi vida siempre y que el mundo supiera que yo le seguía.
A cinco años de haber pasado el medio siglo de vida se me ocurrió hacer algo que nunca había pensado: un tatuaje...

No estaba seguro si grabar en mi piel el nombre de mi adorada esposa, o unas espinas en mi brazo o una cruz en mi omóplato derecho... como que uno llega al viernes y pienso en locuras o chiflazones...

Pensando al respecto, me alisté para salir a caminar al parque para hacer mi rutina de ejercicio indicado por el doctor después de mi operación.

Llevaba ya mi primera vuelta cuando me alcanzó, caminando también, un joven de cabello largo y barba que llevaba una camiseta que decía “Yo ️ a Dios”.

- ¿Cómo vas, Rafa? - me preguntó. 

-Bien, gracias, en la segunda vuelta ya- le contesté.

- ¿En la segunda, de cuántas?- me dijo.

-En la segunda de cinco...- le dije.

- ¡Qué bien! - dijo- llevas casi a la mitad de la carrera.

Mientras caminábamos pude notar en su brazo derecho un tatuaje y aproveché para preguntarle.

-Oye- le dije- veo que tienes un tatuaje en tu brazo, ¿qué opinas de que alguien a mi edad se haga uno? Tengo el antojo, si pudiera llamarse así, de hacerme uno, pero no se si tatuarme el nombre de mi adorada esposa o el nombre de Jesús o una cruz…

- ¿Si sabes que la Iglesia no está de acuerdo en que se tatúe el cuerpo? -Me dijo.

-Sí – le contesté- algo he leído al respecto pero, por otro lado, pues a mi edad y con mis achaques no puedo donar sangre, ni creo que pueda donar mis órganos cuando me vaya…

-Pues creo que al final de cuentas – me dijo Él- es una decisión personal, y está función del por qué quieras hacerlo… de hecho, yo, tengo un tatuaje en mi espalda con tu nombre…

- ¿De veras? - exclamé yo con asombro - ¡Tienes un tatuaje con mi nombre en tu espalda?

-Sí, mira – me contestó quitándose la camiseta y dándome la espalda -míralo, abajito de mi omóplato izquierdo…

Miré su espalda y tenía cientos de nombres tatuados y sí… debajo de su omóplato izquierdo había un tatuaje con mi nombre… hecho con un látigo un viernes, como hoy, hace muchos siglos atrás…







Enviado desde el iPhone de ralero
arquitecto, músico, poeta y loco