domingo, 27 de abril de 2014

MI ENCUENTRO CON JUAN PABLO II

Yo no asistí al río Santa Catarina en aquella visita histórica del entonces papa Juan Pablo II. Pero, esa ocasión, nunca estuve tan cerca y tan lejos de su santidad. 

Aquel día de enero había mucha expectativa en el grupo IV de scouts. Íbamos camino al aeropuerto a una "misión" especial. La verdad no me acuerdo cuántos o quiénes íbamos. 

Esa mañana, según recuerdo, había amanecido fresca y estaba nublada. Llegamos muy temprano al aeropuerto Internacional de Monterrey y en seguida nos organizaron acomodándonos sobre un tramo de la pista delimitando un pasillo. La gente empezó a llegar y ocupar las áreas hasta llenarse totalmente. 

No vi cuando aterrizó el avión, pero de pronto nos avisaron que había llegado. La tensión empezó a crecer y entonces se alcanzó a divisar a la distancia la figura de un hombre alto vestido de blanco, flanqueado de algunos sacerdotes y personas de traje. 

A medida que avanzaba por el pasillo delimitado por nosotros la gente gritaba y aplaudía más fuerte, pero siempre respetando nuestro esfuerzo para mantener la valla humana, la cual formábamos los scouts de varios grupos de Monterrey, tomándonos de las manos sujetándonos por las muñecas. 

El papa Juan Pablo II seguía avanzando saludando y sonriendo a diestra y siniestra, la gente le aclamaba y extendía sus brazos por entre nosotros buscando que el santo padre se acercara pero él caminaba por el centro del pasillo de unos 6 metros de ancho al menos. 

Entonces pasó frente a donde yo estaba y, no se si producto de lo nublado de la mañana o del cansancio de la desmañanada, noté como que su vestidura blanca resaltaba de más por entre los trajes oscuros de los sacerdotes y gente de traje que lo acompañaban, empezó a bullir en mi interior un sentimiento y palpaba de toda la gente también una gran emoción. 

En esos momentos, uno de nosotros soltó  las manos de quienes estaban a su lado, éstos cerraron la valla casi inmediatamente llamando a quien se había soltado, peros sus voces se perdieron en la algarabía de los asistentes; hubo un leve intento por parte de la gente de querer pasar pero lo contuvimos cerrando filas y sujetándonos con mayor fuerza. 

Entonces regresé la vista hacia el papa y lo vi acariciando y bendiciendo al muchacho que había dejado su lugar en la valla y estaba ahora hincado junto a Juan Pablo II y, me aparece, abrazado a su cintura. Todavía hoy tengo la imagen en mi mente. Por un instante tuve la tentación de seguirlo, pero me contuve y permanecí en mi lugar, formando la valla que cuidaba el paso del papa. 

Debo confesar que envidié, y tal vez sigo haciéndolo, al muchacho que dejó su lugar para acercarse a Juan Pablo II, vi su cara de alegría y regocijo después de dicha acción; pero no me arrepiento de haber permanecido en mi puesto, cumpliendo con mi deber. 

Ese fue mi encuentro con San Juan Pablo II. 

Estuve tan cerca pero tan lejos. 

Hoy, estoy tan solo a una oración de su intercesión. 

San Juan Pablo II...
¡Ruega por nosotros...!!!





lunes, 7 de abril de 2014

Y JESÚS LLORÓ (Jn 11,35)

por ralero

¿Por qué lloró Jesús? La respuesta a esta pregunta me estuvo dando vueltas durante todo el domingo. Aunque participamos de la misa el sábado, el domingo por la mañana, me asaltó esta pregunta.

Volví a leer ayer domingo el evangelio del día, en dos versiones, en la lectura del día y directamente de la Biblia y en ambas, aunque con diferentes frases, se describe específicamente en el versículo 35 del capítulo 11 del Evangelio de San Juan: “Y Jesús lloró.”

Aunque la lectura no describe de qué murió Lázaro, si establece bien que estaba enfermo y que Jesús lo sabía, ya que las hermanas de Lázaro le habían mandado avisar del estado de su salud. De hecho Jesús se da cuenta del fallecimiento de su amigo estando lejos y sin que se le hubiera comunicado tal noticia. El evangelista da a entender que Jesús sabía que Lázaro moriría y que esperaba que eso ocurriera, por eso, retrasó su viaje a Betania.

De la misma manera, Jesús sabía que el padecimiento de su amigo no era sino una parte del Plan de Salvación, una oportunidad para dar a conocer a sus allegados el poder del Padre a través de Él, su Enviado.

Dice la Escritura que antes de llegar al pueblo, Marta, una de las hermanas de Lázaro, le sale al encuentro. Aquí vemos una profesión de fe formidable. No sucede cuando Jesús le pregunta si cree que Él es la resurrección y la vida, sino antes, cuando Marta le dice: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aún ahora Dios te dará todo lo que le pidas.”

Pienso que Jesús, al ver su fe, lo que hace al preguntarle si creía que Él es la resurrección y la vida es buscar que Marta la confirme y la proclame: “Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, El Hijo de Dios, el que debía de venir al mundo,”

Tras esta proclamación de fe, Marta va en busca de María, la otra hermana, quien se postró ante Jesús en cuanto lo vio y le dijo llorando las mismas palabras que Marta: “Señor, si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto.”

Entonces, dice la sagrada escritura, “al verla llorar a ella y a los judíos que la acompañaban” Jesús se conmovió y se turbó (se consternó, se entristeció).

No soy un exegeta, pero he llegado a la conclusión de que, como han dicho la mayoría de los sacerdotes al respecto de este pasaje, Jesús muestra su lado humano en esta escena pero no por Lázaro, que yacía muerto, sino por María quien sufría la muerte de su hermano.

Jesús no llora por el muerto, pues sabe que éste resucitará; llora por el dolor que sienten los vivos por la pérdida de la persona querida. 

Jesús llora al conmoverse por el sufrimiento de sus amigos.