miércoles, 5 de marzo de 2014

LA AUSENCIA DEL YO

por ralero


El hombre es un ser disperso y su tendencia es ser más disperso. Quizá es por eso que la Iglesia busca brindar los espacios mínimos para crear ambientes propicios para reflexionar e interiorizar, necesarios hoy más que nunca por la invasión de los medios de comunicación y las redes sociales. 

De ahí la importancia de los ritos. Personalmente estoy en contra del método cíclico (celebrar determinada fecha o fiesta cada año) que impera en la enseñanza y en la espiritualidad, pero la mala memoria del hombre, sobre todo la mía, y su débil voluntad, y sobre todo la mía, hace que sea necesario el uso de este recurso para ayudarnos a vivir. 

Si fuéramos plenamente conscientes y tuviéramos la suficiente fuerza de voluntad todos viviríamos haciendo el bien y no ocuparíamos cada año vivir los ritos que nos ayudan a tomar conciencia de nuestra humanidad, de nuestros defectos y virtudes, de nuestro trato con los semejantes. 

Por eso creo que son buenas las prácticas cuaresmales porque nos ayudan a ubicarnos en nuestra realidad y así sanar o restablecer nuestra relación con Dios y con el prójimo.

El ayuno es una de esas buenas prácticas. 

Me gusta pensar en el ayuno en base a esta "definición": 
"ayu" = yo
"no" = no (negación)

Es decir, el ayuno es la negación del yo; el ayuno, más que la ausencia de comida es la ausencia del yo. De esta manera poco sirve que deje de comer carne, ingerir dulces o beber vino si esas acciones no me conducen a la reflexión, a la interiorización, a la ausencia del yo. 

La ausencia del yo en estas circunstancias da por resultado el encuentro con uno y con Dios, y todo encuentro con Dios provoca, tarde que temprano, el encuentro con el hermano, alcanzando su máxima expresión en el encuentro con el hermano más necesitado. 

Esta serie de encuentros hace brotar la acción de ayudar que, si me permiten "definir" la palabra, no es otra cosa que: 
"ayu" = yo
"dar" = entregar, regalar, obsequiar

Ayudar no viene a ser otra cosa más que darme a mí mismo, de forma que cualquier ayuda en tiempo, dinero o especie, si no tiene el trasfondo de darme a mí mismo como consecuencia de un encuentro con el Señor, tiende a caer en un acto de egoísmo o vanagloria. 

En resumen: Un ayuno bien practicado, pienso yo, nos debe llevar a la buena práctica de ayudar que es, finalmente, la ausencia del yo...

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