lunes, 28 de diciembre de 2015

EL PERGAMINO DE BELÉN

por ralero 

EN EL SIGLO PASADO, EN UNA EXCAVACIÓN ARQUEOLÓGICA EN UN MONTÍCULO CERCANO AL CENTRO DE BELÉN, SE ENCONTRÓ UN PERGAMINO ANTIGUO ENVUELTO EN PIEL CURTIDA DE CORDERO. ESCRITO EN ARAMEO ANTIGUO EL PERGAMINO CONTENÍA LA SIGUIENTE HISTORIA:

Yo soy Rajel, hija de Abir, hijo de Eliel, hermano de Ozer, originarios todos de Bet leehem, de Judá, la ciudad de la casa del pan. Nuestro padres nos han trasmitido esta historia para que nunca olvidemos lo acontecido en aquellos días, historia que he puesto en este pergamino para que sea trasmitida de esta manera en virtud de que Yavé, nuestro Dios, ha tenido a bien en no permitirme tener descendencia, por lo que me he dedicado a cuidar y educar la descendencia de mis hermanos.

En la época del reinado Herodes el Grande, hacia el año 749 de la fundación de Roma, mi abuelo Eliel, hijo de Ilan era pastor junto con su padre y su hermano, de nombre Ozer.

En aquellos días llegó Ozer al área de las fogatas y no encontró a nadie. Los fuegos aparecían aún humeantes lo cual significaba que los habían apagado a la carrera y que lo habían hecho hacía poco tiempo.

Dejó la oveja que traía a hombros sobre el pasto y empezó a husmear entre las cosas. Era evidente que iban a volver, porque las cosas no habían sido empacadas y había algunas mantas acomodadas listas para dormir.

Entonces, notó un fuerte resplandor tras una pequeña loma ubicada hacia el norte de donde estaba y arriba, en el cielo, estaba la estrella mas grande y luminosa que había visto en su corta, muy corta, vida.

Tomó de nuevo la oveja en sus hombros y dirigió sus pasos hacia donde había visto el resplandor.

Subió el montículo con poca dificultad, desde los tres años acompañaba a sus padre a llevar a pastar a las ovejas, por lo que estaba acostumbrado a caminar tanto en plano como en cuestas empinadas; ahora, a los siete años, ya andaba solo con parte del rebaño e incluso se aventuraba a buscar a las ovejas perdidas o que se separaban del rebaño, como había sucedido esta noche: salió en busca de un pequeño macho y había conseguido traerlo de vuelta al redil.

Llegó a la cima de la pequeña loma y pudo ver a las faldas de ésta un pequeño establo un poco alejado del caserío de la afueras de la ciudad.

Frente al establo, estaban todos los pastores, algunos de pie, otros hincados, con algunos de los animales, mirando a la pequeña familia que ocupaba en esos momentos el lugar. “Deben ser peregrinos que vienen al censo,” pensó Ozer “ha llegado una buena cantidad de ellos a la ciudad de David” y eso se reflejaba en que hubo que aumentar la producción de leche de cabra para vender en la ciudad y que se habían vendido también, algunas ovejas más que de costumbre.

Ozer se acercó y pudo ver que se trataba de una pareja, quien acababa de dar a luz un bebé, un niño, el cual estaba envuelto en pañales y recostado en un pesebre, su madre estaba sentada junto al pesebre apoyándose con su brazo derecho en él y con el otro acariciando la cabecita del niño. El padre estaba hincado atrás de ambos y los dos estaban contentos y sonrientes. De hecho todo mundo esta contento y había gran algarabía. Ozer encontró a Eliel, su hermano, y le preguntó el por qué tanta emoción con el niño y por qué habían dejado el campamento sin más ni más.

“Es el Mesías” le contestó su hermano con una evidente alegría en su rostro, “llegó un ángel al campamento y nos dio la noticia e, inmediatamente, apareció una legión de ángeles alabando a Yavé”. A Ozer le resultaba muy difícil creer las palabras de su Eliel, pero al ver su rostro y la actitud de los demás no le quedaba otra opción que confiar en ellas.

Escuchando la conversación de los mayores se pudo enterar que la pareja era una recién desposada, originaria de Nazareth; el padre, de nombre José, era descendiente de la estirpe de David por lo que, efectivamente, vinieron a Bet leehem a empadronarse debido al censo que por esos días se llevaba a cabo. El niño había nacido en la madrugada justo después de haberse instalado en el establo, debido a que no habían encontrado lugar para ellos en las posadas del pueblo.

Esa noche durmió muy poco. Aparte de que se retiraron muy tarde del establo, no podía conciliar el sueño pensando en lo que se perdió por buscar la oveja perdida pero, sobre todo, recordando las enseñanzas de su abuelo, quien le contaba que los profetas habían vaticinado que el Mesías nacería en Bet leehem, pues sería un hijo de David el escogido por Yavé para salvar a su pueblo:

”Mas tú, Bet leehem Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño.” (Miqueas 5:1)


Si era un descendiente del Rey David, ¿no era demasiado humilde su nacimiento? Si era el Mesías, ¿no debían presentarse los sacerdotes? Sumido en estos pensamientos se quedó, por fin, dormido.

Ozer sentía gran admiración por David quien de niño también había sido pastor. Admiraba, sobre todo, cómo había podido vencer al mejor guerrero de los filisteos y, posteriormente, cómo había llegado a ser rey de su pueblo, por la gracia de Yavé. Imitando a aquel Rey de antaño Ozer se había vuelto, a fuerza de mucha práctica, muy hábil en el uso de la honda.

Al día siguiente se levantó igual de temprano que todos los días, pero lo primero que hizo fue ordeñar algunas corderas y recoger algo de fruta.

“Buenos días, Padre” saludo Ozer a Ilan cuando éste salía de su tienda “Buen día, hijo mío, ¿a dónde llevas esa leche y esas frutas?” le preguntó su padre sabiendo en su corazón la respuesta, “se la llevo a los peregrinos, para que puedan desayunar algo, pero venía a solicitar tu permiso para hacerlo”, el padre ya en cuclillas frente a él le acarició su cabello y le dijo: “ve pues, hijo, esa es una buena idea y una mejor acción, recuerda siempre que aunque tengas poco hay que compartir con el que tiene menos”. Más rápido que pronto, Ozer agradeció el permiso otorgado y se dirigió corriendo al establo tras la loma.

A partir de esa mañana todas las siguientes Ozer visitó a los peregrinos llevándoles leche fresca y algunos frutos por las mañanas, fue así como Ozer conoció a José padre del niño, quien vivía en Nazareth pero era originario de Bet leehem, y que se dedicaba a la carpintería; conoció también a Mariám, esposa de José, originaria de Nazareth y, por supuesto a Jesús, el recién nacido.

A los pocos días Ozer empezó a visitarlos también al atardecer, tras recoger y guardar los rebaños e invariablemente le ayudaba a José con alguna tarea o entretenía al niño mientras su madre, limpiaba el establo o lavaba algunas ropas.

Casi había olvidado lo que le contó Eliel acerca de los ángeles, cuando una tarde, ya para los dos años del nacimiento del niño, llegó una caravana que, por las vestiduras, cabalgaduras y apariencias, procedían de oriente.

Ozer, tras guardar los rebaños, se acercó a los visitantes uniéndose al resto de pastores que se habían reunido en torno a ellos.

“¿En dónde esté el Rey de Israel?” preguntó el viajero que, al parecer, era el líder de la expedición, “hemos seguido su estrella durante varios meses y nos ha traído hasta aquí”.

“Bienvenidos sean, viajeros, que la paz de Yavé esté con ustedes” habló Ilan tomando la palabra de entre todos los pastores, “el rey a quien buscan está cruzando el montículo al norte de aquí”.

Sin siquiera bajarse de sus monturas, los viajeros de oriente partieron por el rumbo indicado, seguidos de algunos pastores, Ozer entre ellos.

Cuando llegaron al pie del establo, los viajeros descendieron de sus cabalgaduras, se acercaron hasta el niño y su madre y, adorándole le ofrecieron tres presentes: oro, incienso y mirra.

Los viajeros habían viajado durante más de año y medio para llegar hasta allí, por lo que estuvieron algunas semanas en el lugar, tiempo durante el cual Ozer hizo gran amistad con ellos, alternando las visitas entre ellos y los peregrinos de Nazareth. Así supo que los viajeros eran unos magos, sacerdotes del zoroastrismo, que provenían del oriente, y que se dedicaban al estudio de las estrellas. Fue así que descubrieron la gran estrella y su relación con las antiguas profecías israelitas.

La noche anterior a su partida Ozer fue a visitarles a sus tiendas, para despedirse de ellos y regalarles algo de comida para le camino. Pero apenas Ozer iba a entrar a la tienda en donde se reposaban, cuando desde afuera alcanzó a ver una silueta con alas y a escuchar su voz que decía a los viajeros que regresaran a su casa por otro camino para que no llegaran a informarle a Herodes que habían encontrado al niño. Cuando entró Ozer a la tienda, el ángel había desaparecido.

Esa noche habló Ozer largamente con los magos de oriente, quienes le hablaron de las profecías escritas acerca del niño. La simpatía y afinidad que sentía Ozer por el niño y sus padres creció enormemente y fueron mas asiduas y largas sus visitas al establo.

Ozer se había encariñado enormemente con la familia, jugaba mucho con el niño y ayudaba un poco a los padres. Incluso algunas veces Ozer y Jesús salían juntos a llevar a las ovejas a pastar. Se hicieron grandes amigos.

Una mañana en la que Ozer llegaba al establo antes de sacar a los animales vio a José y Mariám empacando sus pertenencias apresuradamente, por lo que preguntó a Jesús qué ocurría. “Nos vamos a Egipto” le dijo el niño “mi padre a dispuesto que partamos inmediatamente hacia allá”. Al escuchar la conversación Mariám se acercó a los niños y mirando a Ozer le dijo: “Ozer, tenemos que partir tememos por la seguridad de Jesús, ya vez que los magos de oriente tomaron otro camino para volver sin pasar por Yerushalayim, creemos que el Rey Herodes pudiera hacer daño a nuestro hijo”. “Así es Ozer”, continuó diciendo José “tenemos que partir”. “Es una lástima” dijo Ozer “los voy a extrañar mucho”. Entonces le dijo José: “si quieres, puedes venir con nosotros”, “sí Ozer” dijo Jesús “viaja con nosotros”.

A Ozer se le iluminó el rostro, claro que le encantó la idea, pero primero que nada, debía pensar en la seguridad de Jesús. Tal vez sería mejor que se quedara para estar seguro que la guardia del rey no encontrara a sus amigos y que no los siguieran en su huida.

Ozer agradeció a José y a Jesús su invitación pero les dijo que tal vez sería más útil si se quedaba y se aseguraba que los guardias del rey no los encontraran ni siguieran. Entonces, en un gran silencio, siguieron empacando las cosas.

Terminaron de hacer los preparativos y dejaron el establo, la familia de Ozer los acompañó hacia la salida sur del pueblo. Entonces, se empezaron a despedir, sin poder ocultar un dejo de tristeza.

Ozer se despidió de Mariám y de José. Tomó a Jesús en sus brazos y lo abrazó fuertemente. “Que Yavé les ilumine en su camino” les dijo Ozer. “Que Yavé, nuestro padre” dijo Jesús “se quede con ustedes y los acompañe siempre.”

Entonces, los peregrinos iniciaron su caminar hacia Egipto.

Ozer regresó al campamento con su padre y hermanos. Llamó a estos últimos y a sus amigos y los organizó para vigilar el acceso norte del pueblo. Si llegaban la guardia real, les harían creer que cada uno de ellos era Jesús, y tratarían de confundirlos y hacerles perder tiempo conduciéndolos entre las calles de Bet leehem y por entre los campos del alrededor.

A los pocos días llegó una partida de soldados del rey, al ver a aquellos niños a la entrada del pueblo les dieron muerte sin misericordia, solamente Eliel pudo escapar y pudo avisar a Ozer y los demás. Ozer les indicó que se esparcieran por el pueblo avisando a todos que escondieran a los niños o que los sacaran del pueblo, él se quedó en lo alto de un pequeño montículo con su honda. Cuando divisó a los soldados y los tuvo al alcance les disparó piedras con su arma, emulando a su héroe David luchando por su pueblo. Derribó a media docena de sus monturas y a dos o tres hirió de muerte.

A la vuelta de algunos años Eliel llegó a Egipto y pudo encontrar a José y a su familia. Con lágrimas en los ojos, pero con un gran orgullo, les contó como se dieron los acontecimientos tras la salida de ellos de Bet leehem y cómo, con la actitud de un gran guerrero a pesar de su corta edad, Ozer había luchado contra los soldados enviados por el rey defendiendo a los niños.

“Ozer fue muy valiente, es un héroe” dijo Mariám a Jesús “nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos”, el niño asintió sin poder contener  algunas lágrimas.

Hasta aquí la historia de Ozer hijo de Ilan, pastor de las montañas de Bet leehem de Judá. Yo Rajel, hija de Abir, hijo de Eliel, hermano de Ozer dejo este testimonio por escrito porque salgo hoy hacia Yerushalayim para unirme a los discípulos de Jesús a quien crucificaron, pero que Yavé resucitó de entre los muertos, para anunciar con ellos la Buena Nueva.



En memoria de aquellos primeros mártires por la causa de Jesús.
091402






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