“Si quieres un hijo, que sea ahora, porque después ya no voy a querer” me dijo mi adorada esposa, estábamos a casi dos años del nacimiento de Fernanda, quien ya caminaba por todos lados, hablaba hasta por los codos y estaba por dejar el pañal. “Ya estoy saliendo de biberones y pañales y no quiero que venga otro bebé cuando ya me desacostumbré de estos menesteres...” (palabras más, ideas menos fue lo que dijo, ni crean que fue exactamente así, ni siquiera me acuerdo de lo que me dijo ayer).
Así
que aprovechando una visita al ginecólogo, le pedimos nos indicara fechas
probables para embarazarnos y tener un varón; el ginecólogo, con cierta fama de
atinarle a los embarazos (con la garantía de reponer los gastos de
decoración y ropa si le fallaba al sexo del bebé) nos dio ciertas fechas en
las que había que ponerse románticos y trabajadores.
Tengo
bien presente el día en que mi mujer y yo pusimos manos (y otras partes del
cuerpo) a la obra para tratar de concebir a nuestro segundo hijo y que naciera
éste con sexo masculino; pero, desgraciadamente, no recuerdo la fecha.
Una
mañana mi adorada esposa se levantó más temprano que de costumbre, me paré de
la cama y la seguí hacia la puerta de la casa, llegué a ésta cuando ella subía
ya al Celebrity y me hacía la indicación que volvía en un momento. Creo que
pensé que iría por leche para Fernanda, sin embargo me quedé con una sensación
extraña: algo pasaba...
Cuando
regresó mi cónyuge traía en sus manos una caja envuelta para regalo la cual
extendió hacia mi entregándomelo, la abrí y de la misma saqué un sobre: era la
prueba de embarazo con resultado positivo, debajo del mismo (o no me acuerdo
si el sobre venía fuera de la caja) había un par de tenis de colores azul y
blanco tamaño de recién nacido. “Felicidades” me dijo Gaby cuando abría el
regalo “vamos a ser papás de nuevo” y con la esperanza de que esta vez sería
niño nos besamos y abrazamos mutuamente.
Casi
de inmediato empecé a pensar en el nombre del bebé para el caso de que fuera
varón aunque, a diferencia de con Fernanda, siempre pensé que sería hombrecito.
Quería yo que llevara mi nombre, que es el nombre de mi padre, pero al igual
que con Fer, deseaba que tuviera dos nombres, y Rafael es difícil de combinar
con otro nombre y con los apellidos Valero Torres (pienso que los nombres
debe combinar juntos los dos y por sí solos con los dos apellidos). A casi
dos o tres meses de que naciera mi hijo, acudí a la dirección de una casa en
venta, la cual me gustó mucho por estar frente a un parque, pero por
situaciones económicas debido a la cercanía del nacimiento de nuestro segundo
hijo, no pude hacer el trato.
Sin
embargo, posterior a esa vuelta buscando casa di con el nombre que estaba
buscando para mi hijo: Rafael Sebastián.
Si
mal no recuerdo el embarazo por Sebastián fue muy sano y normal para él, no
tanto para su madre quien lo empezó enferma de gripe y así lo terminó. El
nacimiento fue programado para el 12 de julio de 2002 a las 7:30 de la mañana
en el Ginequito, y traía bajo su brazo una gran torta y una muñeca para su
hermana Fer.
Después
del nacimiento de Sebastián, volví a llamar al dueño de la casa frente al
parque que había visto dos o tres meses antes. La verdad es que pensaba yo que
ya iba a estar vendida, pero nada perdía yo con la llamada. Grande fue mi
sorpresa al enterarme que la casa estaba aún en venta, ya para ese entonces
habíamos juntado algo de dinero y solicitamos un financiamiento, así que
gracias a Dios nos pudimos hacer de una casita con tres recámaras frente a un
parque.
Algunos
años después de regreso a casa, entré por la calle de siempre hacia la colonia,
por la calle que pasé por primera vez cuando estaba buscando casa. Al dar
vuelta en la esquina del Súper 7, me percaté que en el poste telefónico frente
a éste estaba el letrero de lámina con el nombre de la calle: “San Sebastián”.
Rafael Sebastián cumple hoy diez años.
Empieza a dejar de
ser un niño y va que vuela a la pre-adolescencia (ya hemos tenido nuestros primeros encuentros a dos caídas de tres)
y sigue siendo inquieto; le gusta la música, bailar y dibujar; hizo un juego de
mesa que ya estrenamos y empezó su primer cuento (que aún, y no veo cuando, no termina); está muy interesado en la
repostería y en los animee; ya me despreció tocar la batería y jugar futbol,
aunque toca las claves en el coro y lo he sorprendido en varias ocasiones
cantando las rolas del radio cuando vamos en auto…
Y sigue siendo mi Campeón…
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