Cuentan las crónicas antiguas que existió una ciudad
en las montañas ubicada al norte de la región. Era la época de las
ciudades-estado en que cada feudo bajo el dominio de un Conde y su familia eran
apoyados por sus vasallos creando un fuerte lazo en donde la ciudad se fortalecía
y crecía tanto económica como social y culturalmente.
La ciudad era una de las más desarrolladas en la
comarca, salvo por la ciudad central situada al sur, en el altiplano, y que era
la residencia del rey.
Por aquellos tiempos el rey, buscando consolidar una
confederación con todas las ciudades-estado convocó un torneo al cual cada
feudo enviaría a su campeón.
El Conde de la ciudad de las montañas tenía tres hijos
de los que dos de ellos eran los más diestros en el arte de la batalla. El
Conde, para decidir a quién enviaría a la gran justa citó a dos de sus hijos
para que, enfrentándose entre ellos, enviar a la ciudad central al vencedor
representando a la ciudad.
Los hermanos se prepararon a conciencia y se enfrentaron
el día indicado. Ese día los cielos, que durante la mayoría de la temporada habían
sido parcos con la lluvia, dejaron caer sobre la ciudad sus torrentes como
queriendo dar a la contienda una complejidad mayor. Los amigos y vasallos de cada
hermano, tomando pendones con los colores del escudo de cada hermano apoyaron a
su favorito y llenaron a tope la explanada de la ciudad.
Durante el desarrollo de la contienda no se veía cuál
de los hermanos sucumbiría ante el otro, pero en un momento en que luchaban
cuerpo a cuerpo el hermano menor, que llevaba la ventaja, resbaló al moverse
para contener una embestida de su hermano. ¿Sería la lluvia, sería el afán de no caer?
El error, si pudiera decirse así, fue fatal. El mayor
sometió a su hermano menor al colocar su espada sobre su cuello. Acto seguido,
el hermano mayor enfundó su espada y levantó sus brazos cerrando los puños en
señal de victoria. Los correligionarios del hermano mayor se pusieron de pie y
hasta brincaron de gusto gritando de alegría; los seguidores del hermano menor,
tristes, aplaudieron y dieron gritos de ánimo a su líder.
De pronto, el hermano menor se irguió del suelo con
una actitud desafiante, como negándose a aceptar la derrota… Todos los
presentes guardaron silencio y miraron absortos la escena de los hermanos…
Entonces, el hermano menor tomó su espada y su escudo
y se los ofreció a su hermano mayor como símbolo de que contaba con su apoyo y
sus armas para representar a la ciudad que los vio nacer y proclamarse campeón
ante todas las ciudades confederadas.
Los hermanos se fundieron en un abrazo y todos los seguidores
rompieron en vítores y vivas porque tenían ya un ganador que los representara y
que, deseaban de todo corazón, fuera el campeón de la confederación.
¡ÁNIMO, TIGRES...!
¡VAMOS RAYADOS...!!!
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