sábado, 11 de mayo de 2013

EL ENCUENTRO

por ralero

 
Cuentan las crónicas antiguas que existió una ciudad en las montañas ubicada al norte de la región. Era la época de las ciudades-estado en que cada feudo bajo el dominio de un Conde y su familia eran apoyados por sus vasallos creando un fuerte lazo en donde la ciudad se fortalecía y crecía tanto económica como social y culturalmente.
La ciudad era una de las más desarrolladas en la comarca, salvo por la ciudad central situada al sur, en el altiplano, y que era la residencia del rey.

Por aquellos tiempos el rey, buscando consolidar una confederación con todas las ciudades-estado convocó un torneo al cual cada feudo enviaría a su campeón.

El Conde de la ciudad de las montañas tenía tres hijos de los que dos de ellos eran los más diestros en el arte de la batalla. El Conde, para decidir a quién enviaría a la gran justa citó a dos de sus hijos para que, enfrentándose entre ellos, enviar a la ciudad central al vencedor representando a la ciudad.

Los hermanos se prepararon a conciencia y se enfrentaron el día indicado. Ese día los cielos, que durante la mayoría de la temporada habían sido parcos con la lluvia, dejaron caer sobre la ciudad sus torrentes como queriendo dar a la contienda una complejidad mayor. Los amigos y vasallos de cada hermano, tomando pendones con los colores del escudo de cada hermano apoyaron a su favorito y llenaron a tope la explanada de la ciudad.

Durante el desarrollo de la contienda no se veía cuál de los hermanos sucumbiría ante el otro, pero en un momento en que luchaban cuerpo a cuerpo el hermano menor, que llevaba la ventaja, resbaló al moverse para contener una embestida de su hermano. ¿Sería la lluvia, sería el afán de no caer?

El error, si pudiera decirse así, fue fatal. El mayor sometió a su hermano menor al colocar su espada sobre su cuello. Acto seguido, el hermano mayor enfundó su espada y levantó sus brazos cerrando los puños en señal de victoria. Los correligionarios del hermano mayor se pusieron de pie y hasta brincaron de gusto gritando de alegría; los seguidores del hermano menor, tristes, aplaudieron y dieron gritos de ánimo a su líder.

De pronto, el hermano menor se irguió del suelo con una actitud desafiante, como negándose a aceptar la derrota… Todos los presentes guardaron silencio y miraron absortos la escena de los hermanos…

Entonces, el hermano menor tomó su espada y su escudo y se los ofreció a su hermano mayor como símbolo de que contaba con su apoyo y sus armas para representar a la ciudad que los vio nacer y proclamarse campeón ante todas las ciudades confederadas.

Los hermanos se fundieron en un abrazo y todos los seguidores rompieron en vítores y vivas porque tenían ya un ganador que los representara y que, deseaban de todo corazón, fuera el campeón de la confederación.
 
 
¡ÁNIMO, TIGRES...!
¡VAMOS RAYADOS...!!!

 

 

 

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