Mi mujer cree tengo una amante.
Una amante…
Solo porque alguna vez, quizá más de una, me ha
sorprendido posando mi mirada en ella; tal vez porque dos o tres veces, o a lo
mejor más, me ha visto con ella en la cama; probablemente porque casi todas las
noches, pero no todas, ha visto mis dedos posados en ella, mis dedos que viven
en el exilio cuando no están en el cuerpo de mi mujer.
La “puta dora.com”, podría llamarle, si acaso
existiera.
Se equivoca.
Lo que mi adorada esposa no sabe, es que son las
benditas mentiras las que me alejan de ella, son ellas quienes me obligan a
pasar en vela cada noche, quienes me roban el sueño, quienes se agrupan en mi
cabeza, haciendo fila, para que mis manos las escriban.
Son ellas, que no mentiras piadosas, quienes me roban
la mirada, quienes asaltan nuestra cama, quienes atan mis manos y mis dedos
para que las tome, las haga mías y las plasme en un archivo electrónico como el
que ahora estás leyendo.
Rolas, cantos, ripios, poemas, cuentos y recuentos
bullen y rebullen en algún lóbulo de mi cerebro, cargados hacia el hemisferio
derecho con actividades de izquierda. Y, a veces, no me dejan dormir…
Entiendo a Leonardo, comprendo a Cervantes, compadezco
a Allan Poe es una locura crear en un mundo de cuerdos.
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