sábado, 3 de noviembre de 2012

LA CASI TRÁGICA HISTORIA DE ROMY Y JULIO

(una clásica historia con Tigres y Rayados)

por ralero


En la ciudad de Monterrey, famosa por su empuje industrial y comercial, existían dos equipos de futbol cuyas porras habían llegado a ser con el paso de los años acérrimos enemigos, no solo en los estadios también en la vida cotidiana. El ambiente en los trabajos, en las escuelas, en cada colonia era generalmente alegre y fiestero, pero al tocar el tema de futbol la polémica se encendía y terminaba siempre en discusiones entre los dos bandos acerca de los partidos ganados en el torneo, quién llevaba más goles o cual de los equipos era el mejor.
Y no se diga en los días anteriores al Clásico, nombre con el que era conocido el partido en que los dos equipos se enfrentaban, porque las disputas verbales terminaban en apuestas de comidas, cenas, sueldos e incluso hasta cabelleras.
Por la Macroplaza, famosa por ser el sitio de reunión de cuando los equipo locales ganaban el campeonato se toparon precisamente unos días antes del tan esperado juego Sansón y Gregorio, seguidores de los Tigres, y Abraham y Baltasar, aficionados rayados cada uno con la camisa de su equipo bien puesta, literalmente hablando.
Tras unas miradas desafiantes y algunas frases alusivas a la supremacía en el clásico y en la cantidad de campeonatos. A la discusión se unieron dos jóvenes más: Teo de la porra felina y Beny de los albiazules, tratando de enfriar los ánimos; hasta que se vieron envueltos en la confusión llegando a formar parte en la revuelta pero, afortunadamente, la autoridad los detuvo a tiempo antes de que se iniciara una gresca.
El juez dejó ir a todos con la condición de que no hubiera más altercados y que se viviría el clásico pacíficamente. Y tras dos horas de servicio comunitario limpiando los jardines de la Macroplaza, llamaron a sus padres o tutores para que pasaran por ellos.
Beny venía absorto mirando por la ventanilla del copiloto del auto de don Julio, su tío, quien lo venía sermoneando al respecto del enfrentamiento. “Lo bueno es que no andaba Julio contigo…” terminó diciendo. “No tío -comenzó a decir Beny- a Julio no lo calienta ni el sol, anda con el alma en rastras pues no logra que lo pele la Rossy, y ella no lo pela porque es tigrilla…”
Julio González era originario de aquella ciudad, hijo de padres y abuelos regiomontanos y cuya familia era partidaria de los Rayados de Monterrey desde que éste apareció en la primera división en 1945. Don Julio González, el abuelo, dejo de ser seguidor del beisbol para volverse aficionado al juego del balompié y empezar a irle a La Pandilla, nombre con el que también se le conoció al equipo.
Para Don Julio fue muy representativo asistir al primer juego del nuevo equipo en el estadio de beisbol Cuauhtémoc que fue como despedir el deporte que le inculcó su padre viendo coronada su fidelidad 11 años después cuando los Rayados ascendieron a la primera división.
Mientras tanto, Rossy y su prima Romy platicaban sobre la fiesta que preparaban los padres de Romy ese viernes, en vísperas del Clásico. Sería una fiesta de disfraces y había mucha expectación al respecto. Romy era la única hija de Romualdo y Esther, matrimonio originario de San Nicolás de los Garza, N.L. en el área metropolitana de Monterrey.
Romualdo fue el menor de 5 hijos de Antonio y Romita  y heredó su nombre precisamente de su madre y en honor a ella fue quien le puso así a su única hija. Por ser el menor, fue el único que pudo estudiar una carrera apoyado por sus padres y sus hermanos, cursándola en la Universidad Autónoma de Nuevo León, de la cual se hizo seguidor de sus equipos, principalmente de futbol, años después de cuando éstos pasaron de ser los Jabatos a los Tigres del Universitario de Nuevo León.
Llegaron Don Julio y Beny a casa y éste salió a buscar a Julio, hijo, pues sabía dónde encontrarlo. Cuando Julio se ponía triste solía irse al parque balón en mano y usando el marco de los juegos infantiles se ponía a practicar tiros a gol.
“Vamos, Julio, ya supéralo…” le dijo Beny al verlo, “no manches, güey -contestó Julio parando el balón en seco- no es tan fácil”; “pues sí que es fácil -comentó Beny- solo díselo y ya…”; “pero ni hay chance de verla -volvió a decir Julio- siempre anda con su raza de tigrillas…”. ”Pues entonces ya está -arremetió Beny- mañana dan una fiesta en casa de su prima, podemos ir y ahí te buscas la manera de hablar con ella… si no la convences, pues habrá otras chicas más…”
Así quedaron los dos rayados en presentarse en dicha fiesta, buscando encontrarse con la chica en cuestión. Beny se puso de portero y Julio  siguió tirando, ahora entusiasmado con la idea de poder ver a Rossy.
La fiesta había empezado y los invitados participaban de ella gustosos, con algunas mesas al centro con botana y bocadillos, con una consola de karaoke reproduciendo música, los dos rayados se mezclaron entre los tigres al resguardo de sus disfraces.
Estaba Julio buscando a Rossy con la mirada cuando empezó a escucharse en las bocinas del karaoke la introducción musical de una balada con la interpretación de la letra por una voz femenina que a Julio le pareció la de un ángel: “Abrázame y bésame… como si fuera la primera vez…”.
Julio, quedó inmovilizado al escuchar esa voz y volteó lentamente hacia la consola y ahí, como si fuera una aparición celestial, vio a Romy interpretando con sus ojos cerrados la canción, que cambió la melodía a ritmo de una cumbia lenta…
“Yo te tengo que decir, al estar junto a tí, nada me importa ya. Y, qué más vamos hacer, somos tal para cual, nunca he sentido un amor igual” continuó Julio cantando tomando el otro micrófono de la consola y completando el dúo que en versión original tiene la canción.

Terminando la interpretación cortésmente Julio la invitó a una bebida y tomaron asiento, sin saber Julio que hablaba con la anfitriona de la casa. Los dos pasaron una muy agradable velada.
 
A estas alturas Julio ya ni se acordaba de Rossy. 
Al término de la fiesta y ya sin disfraz de por medio, Julio resguardado por la penumbra se coló por una de las bardas y antes de llegar a la terraza de la recamara de Romy, alcanzo a ver la silueta de ella a contra luz de la luna.
Romy, recargada en el barandal miraba a la luna mientras le platicaba al astro el desconsuelo que sentía pues acababa de conocer al joven que al fin le había llenado el ojo, aunque la había destanteado un poco al empezar a cantar con ella, el cantar juntos y platicar toda la noche con él y bailar algunas canciones le había hecho olvidar al pretendiente que le habían presentado sus padres.
Al escuchar Julio que era del agrado de Romy, salió de su escondite:
"que ingrata eres" le dijo Julio “eso de salir y opacar a la luna, no es de amigas y menos si es tu confidente".
"Pero tampoco es de amigos escuchar conversaciones ajenas" le dijo Romy;
"pero vale la pena perder a una amiga, si ganas un amor" le dijo Julio acercándose peligrosamente... "pero una amiga..." empezaba a decir Romy cuando sus palabras fueron interrumpidas por los labios de Julio que se posaron en los de ella.
Cuando separaron sus labios y se miraron uno al otro el rostro enamorado de Romy se transformó en un gesto de incredulidad y exclamó: “¡eres rayado...?!”, al ver al muchacho sin disfraz y con una camiseta a rayas azules y blancas; "Si Romy" empezó a decir Julio "pero...". "No hay pero que valga" dijo Romy "tu sabias que yo era Tigre, como fuiste capaz..."
"¡Qué pasa Romy!" gritó don Romualdo con más susto que interrogación interrumpiendo la conversación de los muchachos "¿estás bien?" preguntó su primo mientras ambos trataban de abrir la puerta de la recámara de la muchacha.
Julio calló el reclamó de su amada con otro beso y saltó por encima del barandal, dejando a Romy justo a tiempo para que se hiciera cargo de la situación.
Los tórtolos siguieron viéndose a escondidas los siguientes días antes del clásico, aunque sus compañeros de porra ya empezaban a sospechar y comenzaban a cuestionarles a cada uno. Las cosas estaban poniéndose cada vez peor entre las fanaticadas.
Al enterarse de la relación, las familias de cada uno les impusieron castigos y le restringieron celulares y computadores a fin de que no se comunicaran, pero ellos siempre buscaban la manera de hablarse o encontrarse.
Cayendo un poco en la desesperación fueron en busca de consejo con el padre Lorenzo, amigo de Julio. El padre los apoyó en su relación y los exhortó a luchar por ella, pero tratando de no lastimar a sus padres o afectar a sus compañeros, "de hecho" les dijo el padre "esta unión puede ayudar a la conciliación de las familias y de las porras".

"A lo mejor" dijo finalmente el sacerdote “conviene meterles un susto, para que vean hasta dónde puede llegar su rivalidad..."
Los novios se pusieron de acuerdo con el padre y escribieron unas cartas de despedida fingiendo que, si no podían vivir su amor, no querían esa vida. Las cartas fueron dejadas en sus casas y con los capitanes de las porras y en ellas citaban al padre Lorenzo con quien habían tratado de salir adelante sin éxito, al no poder convencer a sus familias ni a las porras de aceptar su relación.
 
Los padres preocupados tras leer las cartas corrieron a ver a las porras, y hablaron con ellos percatándose de las otras cartas; porras y familiares fueron a buscar al padre quien los condujo al lugar donde tenían sus citas clandestinas.
 
Llegaron todos al lugar y solo encontraron una playera de rayados junto a una de tigres, ambas rasgadas y manchadas de sangre, pero sin rastro de los muchachos. Rápidamente se distribuyeron para buscarlos en las cruces y en los hospitales, pero no los encontraron...
El día del clásico se guardó un minuto de silencio por la pareja y a pesar de la algarabía de lo que implicaba siempre ese partido, se vivió con cierto dejo de tristeza...
Un mes después, el estadio estaba a reventar, los equipos habían saltado ya a la cancha y los aficionados gritaban porras y consignas a su favorito. El árbitro principal tomo su posición y tomando una gran bocanada de aire gritó: "¡playboooool...!!!" Mientras que un muchacho y su novia con vistosas camisetas del equipo local, Sultanes de Monterrey, después un apasionado beso se unían al grito de la porra: "¡Sultanes, Sultanes, ra, ra, ra...!!! 


FIN



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